sábado, 20 de agosto de 2011

ESTADOS UNIDOS Y LA ARGENTINA

Mano firme para afrontar la crisis Estados Unidos y la Argentina

Oscar González
Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.

Frente al recrudecimiento de la crisis fiscal de los Estados Unidos, la derecha estadounidense acaba de imponer un plan de ajuste que cepillará los fondos públicos destinados al sistema nacional de salud y a otros gastos sociales, mientras se mantiene inalterable el enorme gasto militar de la primera potencia del planeta. La rebaja del índice de confianza que la calificadora de riesgo Standard & Poor’s aplicó a la deuda estadounidense fue una virtual extorsión para lograr que las restricciones presupuestarias no signifiquen aumentos de impuestos a los más ricos. Wall Street –que Standard & Poor’s de algún modo representa– y la derecha política encarnada por el movimiento Tea Party y los republicanos lograron que se apruebe su receta de emergencia: seguir socorriendo al mercado financiero a costa de disminuir el consumo, aumentar el desempleo y profundizar la recesión. Lo que en modo alguno garantiza una salida a la debacle, en todo caso, agravará la situación económica mundial.
Que la mayor economía del mundo orille la cesación de pagos y aplique semejante programa hubiera sido una noticia inaudita en otros momentos de la Argentina, sin ir más lejos cuando el Fondo Monetario Internacional imponía recortes presupuestarios que llevaron a la rebaja de salarios y jubilaciones, al estancamiento de la inversión social del Estado y al abandono a su suerte de la producción nacional y la generación de empleo. Entonces, como sucede hoy en numerosos países, resonaba entre nosotros la dramática pregunta: “¿Cuánta miseria soporta la democracia?” Porque, si la democracia institucional es incapaz de garantizar las más elementales necesidades humanas y los derechos sociales básicos, lo que está en riesgo es la propia gobernabilidad democrática.
Lo que los argentinos conocemos de sobra, es decir la brutal combinación de hambre y represión, hoy lo sufren no sólo los países periféricos sino que ha ingresado sin tocar la puerta en las naciones desarrolladas, en un contexto de incremento abierto y sin precedentes de las desigualdades sociales. Los muertos en el Reino Unido indican hasta qué punto la crisis está degradando la civilización democrática, incluida la credibilidad de los partidos políticos y los gobiernos que toman medidas que traicionan sus propias tradiciones.
Entretanto, aquí parece haber una suerte de amnesia que vela el pasado reciente. Sin hablar de los discursos opositores, donde no parece haber rastros de los tiempos en que los liderazgos políticos se plegaban sin resistencia al mandato del poder financiero. Por eso, nada dicen de cómo abordarían la crisis, con qué políticas preservarían la producción y el empleo, qué propuestas llevarían a los foros latinoamericanos, donde campea una comprensión común de que, frente a las turbulencias de la economía mundial, hay que acelerar la integración comercial, financiera y productiva. ¿No será que lo que se alienta en secreto son las viejas recetas del ajuste, la famosa “contención del gasto público”, el “enfriamiento de la economía” a costa del empleo y el consumo popular, el dólar barato que nos hace perder competitividad y el endeudamiento financiero a tasas exorbitantes, como proponía la oposición en el Congreso cuando el gobierno decidió desobligarse con reservas del Banco Central? Son temas que algunos no tratan en público sino, seguramente, en el sigilo de los diálogos con la derecha mediática y económica, que vienen a ser lo mismo. Tales designios apenas se entrevén en la fatigada explicación de que el crecimiento económico de los últimos años se debe al socorrido “viento de cola”, atribuido a la coyuntura internacional, cuando el país viene soportando desde 2008 las fibrilaciones del mercado que sacuden al mundo y arrasan las economías abiertas de varios países europeos, ahora víctimas del mismo catecismo de mercado que asoló la Argentina.
Luego del estallido de Wall Street y cuando los coletazos de la crisis batían en estas costas, cierta prensa criticaba a Cristina Fernández porque, decían, la presidenta subestimaba los efectos de la emergencia en la región, como si fuera aconsejable crear una ola de pánico social que, muy probablemente, fuera el deseo de quienes apostaban al fracaso del gobierno, aunque fuera a costa del país. Por el contrario, el gobierno jugó a preservar la producción y el empleo en medio de una hecatombe que, aun en los países centrales y en el grupo BRIC, atacó fuertemente la economía real. El programa de desendeudamiento, iniciado ya con el gobierno de Néstor Kirchner, fue decisivo para preservar la autonomía financiera de la Argentina.
Ahora, cuando cruje nuevamente la economía mundial, no se trata de sembrar la zozobra sino de comprender cabalmente la situación para afrontarla con mano firme, objetivos claros y rumbo certero, que es lo que la presidenta demostró en la primera fase de la crisis global, con audacia y responsabilidad, una singular conjunción imposible de encontrar entre quienes confrontan con ese estilo de actuar.

Publicado por Tiempo Argentino, Editorial, pág. 20, el 20 de agosto 2011


HOMENAJE A NÉSTOR KIRCHNER

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