La victoria olvidada de Alfredo Palacios
Por Herman Schiller / Página 12
Hace pocos días se cumplieron cincuenta años de uno de los más grandes batacazos electorales de la historia argentina. Las encuestas aún no existían y, ni por asomo, el establishment pudo prever que el viejo Alfredo Palacios (1880-1965) se impondría a todos, incluso a la orden de Perón.
En la práctica, el comicio no parecía demasiado importante –sólo se elegía en el ámbito porteño un senador y un diputado–, pero, en medio de un clima de franca rebeldía social, esa elección llegaría a ser trascendente con el correr de los días.
Eran los tiempos de la Resistencia peronista y de la feroz persecución desatada por el gobierno de Arturo Frondizi contra los trabajadores y el peronismo proscripto. La represión a los obreros de la carne que habían ocupado el frigorífico Lisandro de la Torre en Mataderos para impedir su privatización y la aplicación del Plan Conintes mediante la movilización militar compulsiva de los ferroviarios y otros gremios en lucha fueron algunos de los hitos emblemáticos de la época.
Las cárceles estaban repletas de presos políticos y, cuando se esperaba una actitud más confrontativa del líder exiliado en Puerta de Hierro, llegó la orden de votar por Raúl Damonte Taborda, uno de los clásicos oportunistas de la época que, apenas producido el golpe setembrino del ’55, había publicado Ayer fue San Perón, calificado por muchos como el libro gorila más duro de aquellos tiempos y, poco tiempo después, ante la evidencia de que las masas peronistas se mantenían leales a sus convicciones, pegó la voltereta desde su periódico Resistencia Popular, viajando con frecuencia a Madrid.
Sorprendidos, el Consejo Coordinador Peronista y las 62 Organizaciones desobedecieron la orden y llamaron a votar en blanco. También Arturo Jauretche decidió sumarse a la desobediencia, pero no al votoblanquismo; y, frente a las indecisiones, aceptó ser el candidato del Partido Laborista, el mismo rótulo que había catapultado a Perón en 1946.
En aquellos días, cuando la incipiente televisión estaba prácticamente monopolizada por la propaganda de la UCRI y la UCRP, los medios no tomaban en cuenta a la izquierda.
(Entonces se entendía como izquierda a los partidos Socialista y Comunista, porque el trotskismo y sus variantes casi no existían.)
Pero la izquierda estaba ahí. Hacía dos años que había triunfado la Revolución Cubana. Y las juventudes socialistas y comunistas, pese a la reticencia que tenían hacia Alfredo Palacios por haber sido embajador en Uruguay de la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu, decidieron apoyar la candidatura del viejo maestro, porque algunas semanas antes Palacios, a su regreso de La Habana, había pronunciado en la Facultad de Medicina una entusiasta conferencia de adhesión a Fidel y los suyos.
Entonces la ciudad se llenó de pintadas y actos masivos. “Cuba es el camino del pueblo argentino”, rezaba una de las consignas más difundidas. Y centenares de banderas rojas recorrieron los barrios ante el estupor de los sectores hegemónicos.
En Blanco Encalada y Triunvirato, Raúl Alterman (que tres años después sería asesinado en su domicilio de la calle Azcuénaga por una patota fascista) le dijo a la multitud que “estamos luchando junto a los obreros contra la política de hambre dictada por el FMI”. Y el recientemente fallecido Abel Alexis Latendorf, que en aquellos días era uno de los jóvenes líderes socialistas, denunció en un acto masivo realizado en Avenida del Trabajo y Varela que “las cárceles argentinas están llenas de partidarios de la Revolución Cubana”.
Y llegó el 5 de febrero. A medianoche, el gobierno aún no había dado a conocer el total del escrutinio, y al día siguiente el diario El Mundo, que era muy leído por la clase media progresista, le dio el triunfo al candidato de la UCRP, Nicolás Romano. Pero al día siguiente tuvo que rectificarse y ningún medio pudo ocultar ya la realidad: Palacios se había impuesto con 315.641 votos, en tanto la UCRP obtenía 309.194; la UCRI de Frondizi, 241.760, y el voto en blanco, 241.384. Damonte Taborda apenas cosechó 20.763 (fue quizá la más estrepitosa derrota de una “orden de Perón” en los años proscriptivos). Otro de los grandes perdedores fue el Partido Conservador (cuyo candidato era Miguel Martínez de Hoz, otro integrante de la familia fundadora de la Sociedad Rural), que no llegó a los 50.000 sufragios.
Por algunos días la derecha no ocultó su estupor.
El Panorama político del diario La Nación, que no estaba firmado aunque se sabía en el ambiente periodístico político que era escrito por un joven abogado en ascenso que militaba en las juventudes católicas llamado Mariano Grondona, señaló sin inhibiciones que había triunfado la “dialéctica del paredón” y, en un sutil llamado al golpe, subrayó el papel que deberían desempeñar “los grupos de presión y factores de poder (...), capaces de aportar nuevos contrapesos que el Estado no contiene ya dentro de sus propios engranajes”.
Usted, una revista que se decía era financiada por la SIDE, aunque esto último siempre resulta difícil de comprobar, incluyó a toda página un título alarmante: “Boom soviético en Buenos Aires”.
Y simultáneamente llovieron las declaraciones de los políticos de derecha. Vicente Solano Lima, número uno del Partido Conservador Popular, que doce años después acompañaría a Héctor J. Cámpora en la fórmula presidencial del Frejuli, se quejó de que el centro y la derecha “están anarquizados”, mientras las izquierdas “se están canalizando en una dirección”. Y Eduardo Augusto García, uno de los dirigentes conservadores más conocidos de la época, declaró sin pelos en la lengua: “Me aflige que el triunfo del doctor Alfredo Palacios haya sido facilitado por las izquierdas, especialmente los comunistas, que procuran la destrucción de nuestro régimen constitucional”.
Por su parte, el comandante en jefe del Ejército, teniente general Carlos Severo Toranzo Montero, que era furiosamente antiperonista y siempre se había negado a recibir a dirigentes obreros, esta vez, apenas tres días después de las elecciones, se apresuró a dialogar con una delegación de las 62 integrada, entre otros, por Amado Olmos (Sanidad), Juan Carlos Loholaberry (textil), Nicolás Raccini (aguas gaseosas) y el recordado dirigente de los empleados de farmacia Jorge Di Pasquale, que tres lustros después sería un detenido-desaparecido más durante la última dictadura militar. Toranzo Montero no ocultó el objetivo de la reunión: evitar que el peronismo se vuelque a la “izquierda castrista”. Pero se encontró con un grupo muy combativo que, inmediatamente, le exigió el cese de la represión y la libertad inmediata de los presos del Plan Conintes.
Las juventudes de los dos partidos que habían apoyando la candidatura de Palacios salieron a celebrar la victoria con banderas rojas y fotos de Fidel y el Che. Y numerosos cánticos en los que predominaba el desafiante “paredón, a todos los burgueses que vendieron la nación” (años más tarde, obviamente, los acontecimientos harían cambiar la palabra “burgueses” por “milicos”). Y la revista Che, que dirigía Pablo Giussani, con la secretaría de redacción del ya nombrado Latendorf, publicaría la foto del rostro de Fidel en la tapa con este título: “Cuba plebiscitada en Buenos Aires”.
Pero la euforia no duró demasiado tiempo. Terminado el escrutinio, Palacios trató de tomar distancia de la juventud más radicalizada. Empezó a formular declaraciones antisoviéticas, criticó los fusilamientos en Cuba y, para calmar el ambiente, visitó a tres políticos que habían sido sus adversarios en la elección: Lucas Ayarragaray (demócrata cristiano), Eduardo Augusto García (conservador) y Agustín Rodríguez Araya (Unión Cívica).
El escritor David Viñas, que todavía hoy recuerda con entusiasmo aquellas jornadas inéditas “en las que el socialismo venció a la orden de Perón”, publicó entonces en la revista Che una nota de advertencia: “Cuidado con los caballeros, doctor Palacios”.
Pero Palacios ya escuchaba únicamente a quienes le susurraban al oído que había sido un triunfo personal suyo y no un “giro a la izquierda” de las masas. Y las juventudes no ocultaron su malestar.
Estas tensiones generaron poco después la división del viejo Partido Socialista Argentino en varias fracciones. Y Palacios, que en esa fragmentación terminó apoyando al ala más de derecha del partido, falleció en 1965, cuando aún le faltaban algunos años para concluir su mandato como senador *.
Más allá de sus errores, queda como saldo la trayectoria impresionante y plena de aportes positivos de un socialista reformista nato que, desde 1904, cuando el barrio de La Boca lo eligiera el primer diputado socialista de América, hasta su muerte, fue factor clave en la promulgación de leyes proobreras, dejando además libros importantes, como El nuevo Derecho, La fatiga y sus proyecciones sociales, Nuestra América y el imperialismo yanqui, Almafuerte y tantos otros.
*Nota del editor: En realidad Palacios murio siendo diputado nacional, electo en 1963. Como senador, electo en 1961 permanecio hasta el golpe de 1962,contra Frondizi.
Por Herman Schiller / Página 12
Hace pocos días se cumplieron cincuenta años de uno de los más grandes batacazos electorales de la historia argentina. Las encuestas aún no existían y, ni por asomo, el establishment pudo prever que el viejo Alfredo Palacios (1880-1965) se impondría a todos, incluso a la orden de Perón.
En la práctica, el comicio no parecía demasiado importante –sólo se elegía en el ámbito porteño un senador y un diputado–, pero, en medio de un clima de franca rebeldía social, esa elección llegaría a ser trascendente con el correr de los días.
Eran los tiempos de la Resistencia peronista y de la feroz persecución desatada por el gobierno de Arturo Frondizi contra los trabajadores y el peronismo proscripto. La represión a los obreros de la carne que habían ocupado el frigorífico Lisandro de la Torre en Mataderos para impedir su privatización y la aplicación del Plan Conintes mediante la movilización militar compulsiva de los ferroviarios y otros gremios en lucha fueron algunos de los hitos emblemáticos de la época.
Las cárceles estaban repletas de presos políticos y, cuando se esperaba una actitud más confrontativa del líder exiliado en Puerta de Hierro, llegó la orden de votar por Raúl Damonte Taborda, uno de los clásicos oportunistas de la época que, apenas producido el golpe setembrino del ’55, había publicado Ayer fue San Perón, calificado por muchos como el libro gorila más duro de aquellos tiempos y, poco tiempo después, ante la evidencia de que las masas peronistas se mantenían leales a sus convicciones, pegó la voltereta desde su periódico Resistencia Popular, viajando con frecuencia a Madrid.
Sorprendidos, el Consejo Coordinador Peronista y las 62 Organizaciones desobedecieron la orden y llamaron a votar en blanco. También Arturo Jauretche decidió sumarse a la desobediencia, pero no al votoblanquismo; y, frente a las indecisiones, aceptó ser el candidato del Partido Laborista, el mismo rótulo que había catapultado a Perón en 1946.
En aquellos días, cuando la incipiente televisión estaba prácticamente monopolizada por la propaganda de la UCRI y la UCRP, los medios no tomaban en cuenta a la izquierda.
(Entonces se entendía como izquierda a los partidos Socialista y Comunista, porque el trotskismo y sus variantes casi no existían.)
Pero la izquierda estaba ahí. Hacía dos años que había triunfado la Revolución Cubana. Y las juventudes socialistas y comunistas, pese a la reticencia que tenían hacia Alfredo Palacios por haber sido embajador en Uruguay de la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu, decidieron apoyar la candidatura del viejo maestro, porque algunas semanas antes Palacios, a su regreso de La Habana, había pronunciado en la Facultad de Medicina una entusiasta conferencia de adhesión a Fidel y los suyos.
Entonces la ciudad se llenó de pintadas y actos masivos. “Cuba es el camino del pueblo argentino”, rezaba una de las consignas más difundidas. Y centenares de banderas rojas recorrieron los barrios ante el estupor de los sectores hegemónicos.
En Blanco Encalada y Triunvirato, Raúl Alterman (que tres años después sería asesinado en su domicilio de la calle Azcuénaga por una patota fascista) le dijo a la multitud que “estamos luchando junto a los obreros contra la política de hambre dictada por el FMI”. Y el recientemente fallecido Abel Alexis Latendorf, que en aquellos días era uno de los jóvenes líderes socialistas, denunció en un acto masivo realizado en Avenida del Trabajo y Varela que “las cárceles argentinas están llenas de partidarios de la Revolución Cubana”.
Y llegó el 5 de febrero. A medianoche, el gobierno aún no había dado a conocer el total del escrutinio, y al día siguiente el diario El Mundo, que era muy leído por la clase media progresista, le dio el triunfo al candidato de la UCRP, Nicolás Romano. Pero al día siguiente tuvo que rectificarse y ningún medio pudo ocultar ya la realidad: Palacios se había impuesto con 315.641 votos, en tanto la UCRP obtenía 309.194; la UCRI de Frondizi, 241.760, y el voto en blanco, 241.384. Damonte Taborda apenas cosechó 20.763 (fue quizá la más estrepitosa derrota de una “orden de Perón” en los años proscriptivos). Otro de los grandes perdedores fue el Partido Conservador (cuyo candidato era Miguel Martínez de Hoz, otro integrante de la familia fundadora de la Sociedad Rural), que no llegó a los 50.000 sufragios.
Por algunos días la derecha no ocultó su estupor.
El Panorama político del diario La Nación, que no estaba firmado aunque se sabía en el ambiente periodístico político que era escrito por un joven abogado en ascenso que militaba en las juventudes católicas llamado Mariano Grondona, señaló sin inhibiciones que había triunfado la “dialéctica del paredón” y, en un sutil llamado al golpe, subrayó el papel que deberían desempeñar “los grupos de presión y factores de poder (...), capaces de aportar nuevos contrapesos que el Estado no contiene ya dentro de sus propios engranajes”.
Usted, una revista que se decía era financiada por la SIDE, aunque esto último siempre resulta difícil de comprobar, incluyó a toda página un título alarmante: “Boom soviético en Buenos Aires”.
Y simultáneamente llovieron las declaraciones de los políticos de derecha. Vicente Solano Lima, número uno del Partido Conservador Popular, que doce años después acompañaría a Héctor J. Cámpora en la fórmula presidencial del Frejuli, se quejó de que el centro y la derecha “están anarquizados”, mientras las izquierdas “se están canalizando en una dirección”. Y Eduardo Augusto García, uno de los dirigentes conservadores más conocidos de la época, declaró sin pelos en la lengua: “Me aflige que el triunfo del doctor Alfredo Palacios haya sido facilitado por las izquierdas, especialmente los comunistas, que procuran la destrucción de nuestro régimen constitucional”.
Por su parte, el comandante en jefe del Ejército, teniente general Carlos Severo Toranzo Montero, que era furiosamente antiperonista y siempre se había negado a recibir a dirigentes obreros, esta vez, apenas tres días después de las elecciones, se apresuró a dialogar con una delegación de las 62 integrada, entre otros, por Amado Olmos (Sanidad), Juan Carlos Loholaberry (textil), Nicolás Raccini (aguas gaseosas) y el recordado dirigente de los empleados de farmacia Jorge Di Pasquale, que tres lustros después sería un detenido-desaparecido más durante la última dictadura militar. Toranzo Montero no ocultó el objetivo de la reunión: evitar que el peronismo se vuelque a la “izquierda castrista”. Pero se encontró con un grupo muy combativo que, inmediatamente, le exigió el cese de la represión y la libertad inmediata de los presos del Plan Conintes.
Las juventudes de los dos partidos que habían apoyando la candidatura de Palacios salieron a celebrar la victoria con banderas rojas y fotos de Fidel y el Che. Y numerosos cánticos en los que predominaba el desafiante “paredón, a todos los burgueses que vendieron la nación” (años más tarde, obviamente, los acontecimientos harían cambiar la palabra “burgueses” por “milicos”). Y la revista Che, que dirigía Pablo Giussani, con la secretaría de redacción del ya nombrado Latendorf, publicaría la foto del rostro de Fidel en la tapa con este título: “Cuba plebiscitada en Buenos Aires”.
Pero la euforia no duró demasiado tiempo. Terminado el escrutinio, Palacios trató de tomar distancia de la juventud más radicalizada. Empezó a formular declaraciones antisoviéticas, criticó los fusilamientos en Cuba y, para calmar el ambiente, visitó a tres políticos que habían sido sus adversarios en la elección: Lucas Ayarragaray (demócrata cristiano), Eduardo Augusto García (conservador) y Agustín Rodríguez Araya (Unión Cívica).
El escritor David Viñas, que todavía hoy recuerda con entusiasmo aquellas jornadas inéditas “en las que el socialismo venció a la orden de Perón”, publicó entonces en la revista Che una nota de advertencia: “Cuidado con los caballeros, doctor Palacios”.
Pero Palacios ya escuchaba únicamente a quienes le susurraban al oído que había sido un triunfo personal suyo y no un “giro a la izquierda” de las masas. Y las juventudes no ocultaron su malestar.
Estas tensiones generaron poco después la división del viejo Partido Socialista Argentino en varias fracciones. Y Palacios, que en esa fragmentación terminó apoyando al ala más de derecha del partido, falleció en 1965, cuando aún le faltaban algunos años para concluir su mandato como senador *.
Más allá de sus errores, queda como saldo la trayectoria impresionante y plena de aportes positivos de un socialista reformista nato que, desde 1904, cuando el barrio de La Boca lo eligiera el primer diputado socialista de América, hasta su muerte, fue factor clave en la promulgación de leyes proobreras, dejando además libros importantes, como El nuevo Derecho, La fatiga y sus proyecciones sociales, Nuestra América y el imperialismo yanqui, Almafuerte y tantos otros.
*Nota del editor: En realidad Palacios murio siendo diputado nacional, electo en 1963. Como senador, electo en 1961 permanecio hasta el golpe de 1962,contra Frondizi.