Soberanía bajo sospecha
Por Oscar González*
Cuando constatamos la angustia que corroe a algunos intelectuales “preocupados por el curso de los acontecimientos” relacionados con la reivindicación de la soberanía argentina sobre Malvinas, los
preocupados somos nosotros. Porque ¿qué se espera de un gobierno democrático obligado por la historia y el derecho a reclamar sobre una porción de su territorio usurpado? ¿O el silencio o la guerra?
¿Acaso la demanda reiterada anteayer por el canciller Héctor Timerman en la conferencia preliminar del Grupo de los 20, en México, para que se atiendan las once resoluciones de la Asamblea General de las
Naciones Unidas y se habilite el debate sobre la soberanía en el archipiélago es una bravata irracional o una provocación aviesa?
Quizás haya que resignarse a la resignación del historiador Luis A. Romero, que llama a esperar “hasta que los habitantes (de las islas) quieran ser argentinos”; o condenar el “enfoque nacionalista” del
gobierno, como acusa el politólogo Marcos Novaro, sin preguntarse cuál otro enfoque es posible. Acaso deba compartirse el reclamo del periodista José Eliaschev para que “se respeten los derechos” de los
isleños, como si alguien hubiera propuesto expulsarlos o incautar sus bienes.
Los desvelos de este conjunto de ciudadanos, alguno de respetable trayectoria, admite ser cotejada, sin embargo, con la actitud de otros intelectuales que, muy atrás en el tiempo, aunque no coincidieran con los gobiernos de entonces, no se dedicaron a extender mantos de sospecha sobre las reclamaciones diplomáticas de su país.
Así resulta de revisar la obra de uno de los más influyentes intelectuales de comienzos del siglo XX, el francés Paul Groussac (eterno director de la Biblioteca Nacional) y su defensa de los derechos argentinos sobre el archipiélago usurpado, en su libro Les Isles Malouines, cuya traducción al español y difusión masiva votó el Congreso Nacional en 1934, por iniciativa del entonces senador Alfredo Palacios “para que todos los habitantes de la República sepan que las Islas Malvinas son argentinas y que Gran Bretaña, sin título de
soberanía, se apoderó de ellas”.
Extranjero el primero -aunque muy integrado a la cultura argentina- ; reconocido internacionalista el segundo -aunque devoto de su país y de su historia-, ninguno de los dos puede ser identificado con ese “nacionalismo patriotero” que lacera al abogado Sabsay.
Vale la pena releer los fundamentos del proyecto del líder socialista en el diario de sesiones del Senado, publicado como libro ese mismo año por la legendaria Editorial Claridad, porque su larga exposición
de motivos quizás logre hacer reflexionar a algún ex legislador que se agita porque “no se les puede imponer ni una nacionalidad ni una soberanía” a los kelpers.
Palacios dice hace casi siete décadas que “el derecho de nuestra Argentina a la soberanía de las Malvinas es innegable”, agrega que “si nuestra gran empresa es la justicia, debemos erguirnos frente al poderoso que detenta tierras argentinas” y señala que “representamos y defendemos (…) la causa y los intereses del género humano y contra ese poder universal no prevalecerá jamás la fuerza injusta”. Concluye
afirmando que “nosotros, que repudiamos el derecho de conquista, hemos de protestar contra la injusticia del despojo”.
Repasar el “Alegato del Senador Alfredo L. Palacios en el Parlamento, sosteniendo el derecho de la Argentina a la soberanía de las Islas Malvinas”, tiene entonces una actualidad sorprendente.
No estaría de más que algunos intelectuales que critican al gobierno actual por reclamar en los foros internacionales invocando los mismos argumentos del viejo maestro del socialismo, tuvieran a mano este
texto, cuyo objetivo Palacios no ocultó: “para que los jóvenes argentinos no olviden que hay en la patria, tierra irredenta”.
*Dirigente del Socialismo para la Victoria. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.
Una versión reducida de ésta nota fue publicada hoy por Tiempo Argentino.