Repitiendo tonteras
Por Marcelo O´Connor (marcelooconnor@yahoo.com.ar)
Hay lugares comunes que se repiten como si fueran verdades reveladas y dan patente de serio, mesurado y amplio de criterio. Lo más habitual es decir, poniendo gesto de profundo, que necesitamos “un Pacto de la Moncloa” y que tales o cuales problemas deberían ser “politica de Estado”. ¿Para empezar, cuántos realmente leyeron el famoso Pacto? ¿Están enterados que allí se autorizó a las empresas un despido de hasta un 5% de su planta laboral? ¿Qué se reconocía la personería de los sindicatos a cambio que estos no reclamaran aumentos superiores al 22%?
Pasaba que Franco había muerto, pero no el franquismo. Había que aceptar, entonces, una larga transición hacia la democracia que incluyó la aceptación de la Monarquía y la renuncia a la República. No era nuestro caso, donde los dictadores militares, como es habitual en ellos en la guerra y en la paz, huyeron en desorden.
La idea de que la política es consenso, es falsa. Por el contrario, la política es conflicto y lucha (de intereses, de ideas, de clases, etcétera) y la democracia es la forma de resolverlos. Por el voto. Y si el voto mayoritario no se respeta, por la fuerza.
Cada vez que hay un problema grave, sin soluciones a la vista, no falta el tonto que dice que eso, debería ser una “política de Estado”, que al parecer nada tiene que ver con la mayoría, sino con un statu quo de eterno empate. Tomemos la política económica, ¿cuál pude ser la “política de Estado” que concilie el mercado libre con el intervencionismo estatal? En educación, ¿entre la pública, gratuita y laica (la de Sarmiento) con la del Estado en papel secundario y subsidiario (la de Frondizi y Menem)? Y así podemos seguir: ¿la renta agraria es de los propietarios o del pueblo; queremos ser un país sólo agroexportador o industrial; el delito se combate con más represión o con inclusión social? La legislación del trabajo o la existencia misma de los sindicatos, históricamente, ¿se acordaron o se impusieron?
Se pueden y deben conciliar o acordar procedimientos o reglas de juego, pero no las ideas de fondo. Los que plantean esos difusos pactos, en realidad son conservadores. Parten del concepto de que el Gobierno debe reducirse a ser un mero administrador y que nada esencial puede ser cambiado. Que hay un “pensamiento único” que nadie debe transgredir. Que la política es un mero juego de personas que se postulan para todos hacer lo mismo, con más o menos honestidad o más o menos carisma. Que hay ámbitos sagrados, como la propiedad, la Iglesia, la economía, las relaciones sociales o la política exterior, que son intocables.
La política es lucha de ideas. El hecho de que pasemos por un período donde los partidos políticos han perdido sus esencias identificatorias y en el que nadie publicita sus programas y plataformas electorales, si las tienen, o después las ignoran, no quita validez a esa naturaleza de la política y sólo la hace más oscura. La habilidad del conservadorismo, disimulado hoy con caretas diversas, es hacer creer que lo de ellos es lo “políticamente correcto”. Pero el futuro siempre fue y será de los incorrectos. Sin ellos, no hay progreso.-
Por Marcelo O´Connor (marcelooconnor@yahoo.com.ar)
Hay lugares comunes que se repiten como si fueran verdades reveladas y dan patente de serio, mesurado y amplio de criterio. Lo más habitual es decir, poniendo gesto de profundo, que necesitamos “un Pacto de la Moncloa” y que tales o cuales problemas deberían ser “politica de Estado”. ¿Para empezar, cuántos realmente leyeron el famoso Pacto? ¿Están enterados que allí se autorizó a las empresas un despido de hasta un 5% de su planta laboral? ¿Qué se reconocía la personería de los sindicatos a cambio que estos no reclamaran aumentos superiores al 22%?
Pasaba que Franco había muerto, pero no el franquismo. Había que aceptar, entonces, una larga transición hacia la democracia que incluyó la aceptación de la Monarquía y la renuncia a la República. No era nuestro caso, donde los dictadores militares, como es habitual en ellos en la guerra y en la paz, huyeron en desorden.
La idea de que la política es consenso, es falsa. Por el contrario, la política es conflicto y lucha (de intereses, de ideas, de clases, etcétera) y la democracia es la forma de resolverlos. Por el voto. Y si el voto mayoritario no se respeta, por la fuerza.
Cada vez que hay un problema grave, sin soluciones a la vista, no falta el tonto que dice que eso, debería ser una “política de Estado”, que al parecer nada tiene que ver con la mayoría, sino con un statu quo de eterno empate. Tomemos la política económica, ¿cuál pude ser la “política de Estado” que concilie el mercado libre con el intervencionismo estatal? En educación, ¿entre la pública, gratuita y laica (la de Sarmiento) con la del Estado en papel secundario y subsidiario (la de Frondizi y Menem)? Y así podemos seguir: ¿la renta agraria es de los propietarios o del pueblo; queremos ser un país sólo agroexportador o industrial; el delito se combate con más represión o con inclusión social? La legislación del trabajo o la existencia misma de los sindicatos, históricamente, ¿se acordaron o se impusieron?
Se pueden y deben conciliar o acordar procedimientos o reglas de juego, pero no las ideas de fondo. Los que plantean esos difusos pactos, en realidad son conservadores. Parten del concepto de que el Gobierno debe reducirse a ser un mero administrador y que nada esencial puede ser cambiado. Que hay un “pensamiento único” que nadie debe transgredir. Que la política es un mero juego de personas que se postulan para todos hacer lo mismo, con más o menos honestidad o más o menos carisma. Que hay ámbitos sagrados, como la propiedad, la Iglesia, la economía, las relaciones sociales o la política exterior, que son intocables.
La política es lucha de ideas. El hecho de que pasemos por un período donde los partidos políticos han perdido sus esencias identificatorias y en el que nadie publicita sus programas y plataformas electorales, si las tienen, o después las ignoran, no quita validez a esa naturaleza de la política y sólo la hace más oscura. La habilidad del conservadorismo, disimulado hoy con caretas diversas, es hacer creer que lo de ellos es lo “políticamente correcto”. Pero el futuro siempre fue y será de los incorrectos. Sin ellos, no hay progreso.-