sábado, 15 de septiembre de 2007

TEXTOS IMPERDIBLES

DANIEL COHEN

"Tres lecciones sobre la sociedad postindustria"


La sociedad postindustrial, afirma Daniel Cohen en esta obra, "organiza científicamente la destrucción de la sociedad industrial". El capitalismo del siglo XXI consagra la separación de producción y protección y, en "una inversión copernicana de los fundamentos mismos del trabajo asalariado, serán los trabajadores quienes sufran los riesgos, y los accionistas quienes busquen protección".

SINTESIS ARGUMENTAL:
Esta obra analiza las grandes rupturas que han conducido al capitalismo del siglo XXI a la destrucción metódica de la sociedad industrial del siglo XX: las innovaciones tecnológicas, la revolución financiera, las transformaciones de los modos de organización del trabajo y la globalización de los intercambios. Y a través de un análisis de las lógicas que operan en esos cambios radicales, estas tres lecciones ayudan a comprender no sólo el mundo actual, sino, sobre todo, los desafíos del futuro.

SOBRE EL AUTOR:
Daniel Cohen es profesor de economía en la École Normale Supérieure y en
la Universidad de París I, editorialista asociado del diario Le Monde y
consejero científico del Centro de Desarrollo de la OCDE.


EDITORIAL:
Katz Editores


“Lección 2: La nueva economía mundo”

La globalización de las imágenes de la globalización

Aunque la globalización no derrama espontáneamente la prosperidad material en el conjunto de los países pobres, difunde, sin embargo, sus imágenes. En efecto, existe una diferencia fundamental entre la globalización presente y las pasadas: cada uno puede convertirse en espectador de un mundo en el que, con mucha frecuencia, no puede participar como actor.
Aquí nos enfrentamos con una diferencia esencial entre la globalización actual y la manera en que Braudel alude al par centro-periferia. Cuando uno se aleja físicamente del centro, ya se trate de Venecia, Génova, Amberes, Amsterdam o Londres, también retrocede en el tiempo. No es sólo la prosperidad lo que declina, sino también la intensidad de la vida. Lejos de la ciudad se vive como ayer o como anteayer: como si la Historia se hubiera deslizado más lentamente. Lo que falta es la intensidad de la “vida moderna” porque, en cuanto a lo esencial, es desconocida.
En la actualidad, este alejamiento cambió de naturaleza. La difusión de imágenes procedentes del centro es universal. Ningún pueblo alejado del mundo –con tal que tenga electricidad– está privado de ellas. Aquí, el período actual es inédito. La mitad pobre del mundo, la que vive con menos de U$S 2 por día, está privada de los atributos del mundo rico, pero sus aspiraciones están indexadas.
Sin embargo, no todo es negativo en ese desfasaje entre la expectativa y la realidad. Es posible ilustrar uno de sus aspectos mediante la cuestión esencial de la demografía. En efecto, la fecundidad femenina ilustra cómo la globalización de las imágenes transforma los comportamientos, precisamente cuando las condiciones materiales permanecen inmutables .
La explosión demográfica de los países en vías de desarrollo es una cuestión muy conocida y controvertida a la vez. Algunas cifras darán la medida del fenómeno. Egipto, tierra del Islam, pasó de 13 millones de habitantes en 1913 a 70 millones en la actualidad, y en 2025 debería alcanzar los 100 millones. Brasil, país muy católico, pasa de 50 millones en 1950 a 150 millones de habitantes en nuestros días. Por su parte, entre comienzos y fines del siglo XX, India contaba con 300 millones de habitantes y superó los 1.000 millones.
Se llama transición demográfica al proceso que hace pasar de un régimen de alta a otro de baja fecundidad. La alta fecundidadpuede calcularse en más de 6 niños por mujer; la baja fecundidad, en menos de 2,1 niños por mujer, es decir, el umbral que garantiza la estabilidad demográfica.
Sin embargo, esta transición avanza a un ritmo extremadamente rápido, y el fenómeno atraviesa alegremente las fronteras de las civilizaciones. Retomemos el ejemplo de Egipto: en 1950, se contaban 7 niños por mujer; se calculan, en la actualidad, entre 3 y4 niños por mujer. A ese ritmo, no cabe duda de que la transición demográfica tendrá lugar en 2025. Consideremos otro país musulmán, el más poblado del Islam, Indonesia: en 1950, la media era de 5,5 niños por mujer; el cálculo alcanza hoy los 2,6 niños por mujer.Ello significa que el fin de la transición demográfica está muy cerca. En India, la evolución es de la misma naturaleza: pasaron de 6 a 3,3 niños en el curso del mismo período.
Según las previsiones de las Naciones Unidas para el planeta en su conjunto, la transición demográfica culminará a más tardar en 2050, fecha a partir de la que la población terrestre iniciará una declinación, acaso inexorable. En promedio se “pierde” un niño por mujer cada decenio, y nada garantiza que la fecundidad femenina pueda estabilizarse en 2,1 niños por mujer. Si según el modelo actual de los países ricos las parejasquieren criar dos niños en promedio, es totalmente posible que el punto de equilibrio sea estrictamente inferior a ese nivel, en la simple medida en que no todas las mujeres se casan. Aún no llegamos a esa situación, pero la velocidad a la que nos acercamos a ella es asombrosa.
No obstante, África es la mayor excepción a esta regla que parece general. En ese continente, el más pobre del mundo, la fecundidad femenina permanece en un nivel muy elevado: hoy se cuentan todavía 6 niños por mujer. Sin embargo, también allí las promesas de la transición están en marcha, porque hace diez años se calculaban 7 niños y el proceso realmente parece avanzar. Pakistán es otro contraejemplo que en ocasiones oculta el bosque de las transformaciones en obra en el resto de los países musulmanes.
Volviendo al cuadro general del planeta, ¿por qué ocurre esta transición? Según una explicación esgrimida a menudo por los economistas, la transición demográfica se produce cuando el costo de educar a los niños aumenta. En lengua vernácula, ello se traduce cuando las mujeres tienen algo mejor que hacer: cuando les ofrecen un trabajo y un salario, la demanda social de niños disminuye. Para Gary Becker, puede entonces entablarse un círculo virtuoso. Se tienen menos niños, pero se ocupan mejor de ellos. Los padres tratan de prepararles un mejor destino mediante la escolarización.
La paradoja de la transición demográfica actual radica en el hecho de que se produce precisamente cuando las condiciones materiales apenas se modificaron. Esto se observa tanto en el campo como en las ciudades, ya sea que las mujeres trabajen o no, y en ocasiones incluso antes de que haya comenzado el proceso de escolarización.
La explicación dada por las Naciones Unidas es que las mujeres de todo el mundo ven en la televisión un modelo de vida que les fascina: el de las mujeres occidentales. A través de las imágenes a las que acceden, entran en un mundo muy alejado materialmente de aquel en el que viven, pero suficientemente cercano para que haga nacer la aspiración de conducirse como si hubieran entrado. La televisión brasilera resultó mucho más fuerte que la Iglesia, que sin embargo logró bloquear el planning familiar.
En consecuencia, vemos aquí en obra, en un punto que acaso sea el más importante de la historia humana –la demografía–, una ilustración de los efectos del desfasaje entre la globalización virtual y la globalización real. Este desvío constituye una de las principales cuestiones del mundo contemporáneo, tanto para los países ricos como para los pobres: ¿cómo reconciliar el mundo vivido con el mundo esperado, en el momento en que las mediaciones sociales se vuelven escasas.


Los desafíos del mundo venidero

El hecho de que la transición demográfica a nivel planetario se prolongue hacia el 2050 no quita nada a los desafíos que van a multiplicarse hasta entonces. Durante ese período, la población mundial va a crecer más del 50% debido, sobre todo, a un aumento de la población pobre.
Hoy tenemos un mundo con 6.000 millones de habitantes, entre los que contamos 1.000 millones de ricos, 2.000 millones de personas que aspiran a serlo, y 3.000 millones de pobres, en el sentido matemático de que ganan menos de 2 euros por día. En 2050, el planeta contará con 9.000 millones de habitantes (y luego declinará). Tal vez se cuenten 2.000 millones de ricos, entre 2.000 y 3.000 millones que aspiran a serlo y entre 4.000 y 5.000 millones de personas que serán muy pobres. Ello significa que el mundo de 2050 verá multiplicarse las dificultades del presente; tal vez se dupliquen la cantidad de ricos, lo que planteará problemas ecológicos considerables. Y siempre habrá muchos pobres, acaso más que en nuestros días, lo que significa que el desequilibrio entre riqueza y pobreza será masivo.

Estos desequilibrios plantearán cuestiones difíciles y urgentes a la gobernabilidad del mundo. Sin duda alguna, el desafío ecológico es el más importante. La tierra no es compatible con una extensión de los modos de consumo ecológico actuales a China e India. ¿Quién podrá hacer emerger un consenso en este ámbito?
El mundo actual va hacia una estructuración multipolar. Fuera de los Estados Unidos, Europa y Japón, ya hay dos nuevos candidatos a una hegemonía regional: China e India, a los que se agregarán otros polos que querrán desempeñar su parte en África, Medio Oriente, Latinoamérica, sin olvidar a Rusia. El esquema de Huntington es atinado en este punto: el Occidente no va a conservar mucho tiempo el monopolio de la prosperidad. El mundo venidero podría asemejarse a la Europa del siglo XIX, donde la competencia francesa y alemana para superar a Inglaterra prepararía el cataclismo del siglo XX. Los riesgos de un mundo multipolar necesariamente inestable no pueden ser evitados sino creando un orden multilateral, dotado de instituciones legítimas que sepan desarmar los conflictos que prepara la evolución espontánea del mundo.
Se ha entablado una verdadera carrera de velocidad. O logra imponerse un sistema multilateral “justo”, que sea lo suficientemente legítimo para pacificar las relaciones entre los bloques venideros, o bien permanece frágil y controvertible, y el ascenso de las tensiones previsibles –por ejemplo, para aprovisionarse de materias primas– se volverá peligroso. Los europeos, que por experiencia saben a qué tragedias puede conducir la rivalidad entre las naciones, tienen al respecto un mensaje para ofrecer al mundo. ¿Sabrán hacerlo?


Conclusión

La globalización es la quinta ruptura que permite comprender la emergencia de la sociedad postindustrial. Más que reflexionar sobre la cuestión un tanto vana de saber si es causa o consecuencia de las otras rupturas, es más útil considerarla como una dimensión de la sociedad postindustrial, cuyas principales tendencias ilumina a la perfección.
La “desintegración vertical” de la cadena de producción en el nivel internacional, es, ante todo, el reflejo del proceso de tercerización del trabajo emprendido en el mismo seno de los países industriales. A imagen de Internet, la producción sigue los caminos más diversos para lograr sus fines. Las grandes firmas industriales se convierten cada vez más en los estrategas que en los operadores de una producción distribuida por todos los confines del mundo.
La división internacional del trabajo también esclarece las razones por las que a la solidaridad orgánica en la que confiaba Durkheim le cuesta trabajo manifestarse. El mercado no crea entre sus participantes una comunidad bien comprendida de destinos e intereses. Las nuevas teorías del comercio internacional, basadas en la búsqueda de rendimientos de escala, muestran el porqué: el mercado agudiza una carrera por la acumulación de factores estratégicos, que hace que los participantes en el intercambio sean mucho más rivales que solidarios. Por otra parte, los trabajos recientes de Philippe Martin, Thierry Mayer y Matthias Thoenigmuestran que el comercio en general no es un factor de pacificación de las relaciones internacionales. Las bellas ideas de Montesquieu sobre el “dulce comercio de los hombres” también deben ser revisadas.
Por último, la globalización ilumina uno de los aspectos más importantes de la sociedad postindustrial: el desfasaje creciente entre la constitución de un imaginario colectivo por la sociedad de la información, y la realidad territorial de la división entre riqueza y pobreza. La demografía da un ejemplo positivo de ese desfasaje. Los acontecimientos del 11 de Septiembre, verdadera puesta en escena televisiva, ofrecen una ilustración macabra de ello. Ese divorcio no se instala sólo entre países ricos y pobres. Es de importancia capital en el seno de los mismos países ricos, donde también tiene lugar una oposición centro-periferia, que reemplaza el antiguo esquema de la lucha de clases en el seno de la firma industrial.

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