El mundo es ancho pero no ajeno
Escribe Oscar González (Diario BAE, 8 de octubre, 2010)
Mientras en los países europeos que fueron pioneros del Estado de Bienestar se suceden huelgas y protestas contra las políticas de ajuste que implican despidos, recortes de salarios y postergación de plazos para jubilarse, los analistas económicos del viejo continente y de Estados Unidos se asombran ante las altas tasas de crecimiento de América del Sur, en especial de Argentina y Brasil, ahora denominados países de "economía compleja" por el desarrollo de sus mercados internos en simultáneo con el crecimiento de las exportaciones. La perplejidad se debe a que ésta prosperidad tiene poco y nada que ver con las recetas de los organismos internacionales de crédito, que, inmunes a cualquier autocrítica, han recuperado espacio en Grecia, España, Irlanda y otras latitudes.
En una suerte de mundo del revés, mientras en nuestros países las arcas se engrosan de divisas, se extienden las políticas inclusivas y se mejora progresivamente la redistribución de la riqueza, la crisis noquea a los países centrales: en Francia se expulsa masivamente a los gitanos, una ola antiinmigratoria recorre el viejo continente y en España los trabajadores van a la huelga general y preparan nuevas movilizaciones contra el programa de ajuste oficial, que es el mismo que el Fondo Monetario Internacional exige en todas partes.
En Estados Unidos, corazón del capitalismo mundial, economistas de indudable prestigio como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, no sólo prevén una prolongación de la crisis sino que alertan sobre la posibilidad cierta de un nuevo estallido, que la sideral ayuda a los bancos no sólo no podrá detener sino que lo estimula. Ya casi nadie estima que, en la primera economía mundial, los niveles de empleo y producción previos a la debacle financiera puedan recuperarse antes de 2016.
La gran ironía es que, mientras el presidente Obama exalta las bondades de mantener déficits fiscales, en defensa del descomunal desequilibrio de las cuentas públicas de su país, el FMI le exige a Europa y Japón que las ajusten a cualquier costo, restringiendo la inversión social y limitando derechos adquiridos por los trabajadores.
De hecho, Estados Unidos ha exportado su inflación porque, como señaló Cristina Fernández en la Asamblea General de las Naciones Unidas, fabrica todos los dólares que necesita sin pagar costo por ello. El único problema es que la recesión europea regresará a Estados Unidos en forma de una menor demanda de bienes y servicios, ya que la UE es su principal mercado.
En tanto, la valoración de China como potencia emergente no es casual. En los últimos años la Argentina se ha insertado fuertemente y con identidad en este mundo cambiante, con una política que llevó a conformar un bloque cada más sólido e institucionalizado en América del Sur, que fortaleció los vínculos comerciales y diplomáticos con Beijing y que, a pesar de algunos agoreros vernáculos, se ganó el respeto de sectores políticos y diplomáticos decisivos de los Estados Unidos, desmintiendo que los países de menor porte económico deben acatar el mandato de las potencias. El gobierno argentino, junto con Brasil, Venezuela y otros países de la región, abolió esa cobardía cuando le dijo no al ALCA en la Cumbre de Mar del Plata, en 2005, preservando nuestra autonomía política y financiera.
El prestigio de la Argentina ha crecido en estos últimos años. Su influencia y gravitación en el Cono sur es indiscutible, como lo demuestra la impactante celeridad con que se concitó la presencia en Buenos Aires de los presidentes del Unasur durante la crisis ecuatoriana. El protagonismo argentino en los foros internacionales, donde debate con los poderosos y confraterniza con las naciones emergentes, es un dato irrevocable.
Así, el proclamado aislamiento internacional de un gobierno que "se pelea con todo el mundo", que no era una realidad sino un vehemente deseo de la derecha, ha caído en el ridículo. Apenas algún dirigente de la oposición repite de vez en cuando ese cliché anacrónico, mientras los monopolios mediáticos se empeñan en desvalorizar organismos como el G77, cuyo peso en la economía mundial y en las Naciones Unidas es cada vez mayor. Como dijo la Presidenta al aludir a los cambios mundiales, esta oposición empequeñecida política e intelectualmente es parte de "la vieja fotografía" que ya no corresponde a un país que ha cambiado sustancialmente, cuya agenda nacional es otra y que ha asumido plenamente la convicción de que su destino se juega también en la arena mundial.
*Ex diputado nacional del Partido Socialista. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional
Escribe Oscar González (Diario BAE, 8 de octubre, 2010)
Mientras en los países europeos que fueron pioneros del Estado de Bienestar se suceden huelgas y protestas contra las políticas de ajuste que implican despidos, recortes de salarios y postergación de plazos para jubilarse, los analistas económicos del viejo continente y de Estados Unidos se asombran ante las altas tasas de crecimiento de América del Sur, en especial de Argentina y Brasil, ahora denominados países de "economía compleja" por el desarrollo de sus mercados internos en simultáneo con el crecimiento de las exportaciones. La perplejidad se debe a que ésta prosperidad tiene poco y nada que ver con las recetas de los organismos internacionales de crédito, que, inmunes a cualquier autocrítica, han recuperado espacio en Grecia, España, Irlanda y otras latitudes.
En una suerte de mundo del revés, mientras en nuestros países las arcas se engrosan de divisas, se extienden las políticas inclusivas y se mejora progresivamente la redistribución de la riqueza, la crisis noquea a los países centrales: en Francia se expulsa masivamente a los gitanos, una ola antiinmigratoria recorre el viejo continente y en España los trabajadores van a la huelga general y preparan nuevas movilizaciones contra el programa de ajuste oficial, que es el mismo que el Fondo Monetario Internacional exige en todas partes.
En Estados Unidos, corazón del capitalismo mundial, economistas de indudable prestigio como Paul Krugman y Joseph Stiglitz, no sólo prevén una prolongación de la crisis sino que alertan sobre la posibilidad cierta de un nuevo estallido, que la sideral ayuda a los bancos no sólo no podrá detener sino que lo estimula. Ya casi nadie estima que, en la primera economía mundial, los niveles de empleo y producción previos a la debacle financiera puedan recuperarse antes de 2016.
La gran ironía es que, mientras el presidente Obama exalta las bondades de mantener déficits fiscales, en defensa del descomunal desequilibrio de las cuentas públicas de su país, el FMI le exige a Europa y Japón que las ajusten a cualquier costo, restringiendo la inversión social y limitando derechos adquiridos por los trabajadores.
De hecho, Estados Unidos ha exportado su inflación porque, como señaló Cristina Fernández en la Asamblea General de las Naciones Unidas, fabrica todos los dólares que necesita sin pagar costo por ello. El único problema es que la recesión europea regresará a Estados Unidos en forma de una menor demanda de bienes y servicios, ya que la UE es su principal mercado.
En tanto, la valoración de China como potencia emergente no es casual. En los últimos años la Argentina se ha insertado fuertemente y con identidad en este mundo cambiante, con una política que llevó a conformar un bloque cada más sólido e institucionalizado en América del Sur, que fortaleció los vínculos comerciales y diplomáticos con Beijing y que, a pesar de algunos agoreros vernáculos, se ganó el respeto de sectores políticos y diplomáticos decisivos de los Estados Unidos, desmintiendo que los países de menor porte económico deben acatar el mandato de las potencias. El gobierno argentino, junto con Brasil, Venezuela y otros países de la región, abolió esa cobardía cuando le dijo no al ALCA en la Cumbre de Mar del Plata, en 2005, preservando nuestra autonomía política y financiera.
El prestigio de la Argentina ha crecido en estos últimos años. Su influencia y gravitación en el Cono sur es indiscutible, como lo demuestra la impactante celeridad con que se concitó la presencia en Buenos Aires de los presidentes del Unasur durante la crisis ecuatoriana. El protagonismo argentino en los foros internacionales, donde debate con los poderosos y confraterniza con las naciones emergentes, es un dato irrevocable.
Así, el proclamado aislamiento internacional de un gobierno que "se pelea con todo el mundo", que no era una realidad sino un vehemente deseo de la derecha, ha caído en el ridículo. Apenas algún dirigente de la oposición repite de vez en cuando ese cliché anacrónico, mientras los monopolios mediáticos se empeñan en desvalorizar organismos como el G77, cuyo peso en la economía mundial y en las Naciones Unidas es cada vez mayor. Como dijo la Presidenta al aludir a los cambios mundiales, esta oposición empequeñecida política e intelectualmente es parte de "la vieja fotografía" que ya no corresponde a un país que ha cambiado sustancialmente, cuya agenda nacional es otra y que ha asumido plenamente la convicción de que su destino se juega también en la arena mundial.
*Ex diputado nacional del Partido Socialista. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional