Una Semana y Una Lección. De Mariano a Néstor
Por Aníbal Cipollina*
El 20 de octubre de 2010 moría Mariano Ferreyra a los 23 años y una semana después Néstor Kirchner a los 60. Las diferencias entre ellos, lo que fueron en vida y sus muertes, son muchas y hasta podría decir que exageradas.
Mariano era militante del Partido Obrero, organización identificada con el trotskismo. Néstor provenía de una larga militancia en la tradición peronista. Los dos hacían política desde muy jóvenes pero, en su corta vida, Mariano no alcanzó a ser Presidente de la Nación, ni gobernador de ninguna provincia, ni siquiera intendente como sí pudo serlo Néstor. Éste sí vivió los años de la última dictadura cuando Mariano ni siquiera había nacido.
Los dos en cambio atravesaron la otra década de derrota cultural, la de los 90. Uno como pibe entrando al mundo y a la militancia política cuando no estaba de moda, y otro como gobernador de Santa Cruz, cargo en el que no se privó de alguna que otra claudicación neoliberal. En el preciso momento de su muerte Mariano no era diputado nacional y Néstor sí. De él justamente se hablaba como un casi seguro candidato a Presidente con buenas posibilidades de acceder a su segundo mandato, mientras que Mariano estaba haciendo el CBC, por lo que tengo entendido, de la carrera de Historia.
Al fin y al cabo cabe mencionar “la” gran diferencia final. Mariano murió por la bala de una patota que se clavó en su pecho, no importa si disparada por un burócrata sindical o un barrabrava o cualquier otra variante de hijo de puta de esos que andan por ahí, traicionando a la clase de la que salieron. Es lo mismo. Es la impunidad en que algunos se sienten tan confiados la que lo mató a Mariano. La impunidad del matador y la del asesino intelectual que la garantiza.
Néstor, en cambio, se fue de madrugada, como dicen algunos “en su ley”. Militando, casi. Su corazón, clavado también en el pecho, dejó de funcionar después de haberle dado unos cuantos tirones de oreja que él, por sus convicciones o simple terquedad, no quiso escuchar. Una similitud. Los dos se murieron antes de tiempo, da la sensación. Si es que existe un tiempo para morirse.
Los que me conocen saben que no soy una persona mística. No creo en Dios. Tampoco en que haya una vida después de nuestras muertes. Pero me gusta jugar con la fantasía de una imaginaria revancha que daría una resurrección posible. De una última oportunidad para ponerle, ya muertos, sello y firma a nuestras vidas. Así lo pensé a Néstor ayer, subiendo entre nubes a su morada definitiva. Lo imaginé cruzándose con otra gente que, esperando como él su ingreso a la paz eterna, lo miraba con asombro.
Pude también haberlo imaginado siendo recibido por Perón y Evita, por el “Che”, que se yo… por San Martín o Bolívar. Una recepción triunfal. Un final épico. Claro que pude haber hecho eso, colocándolo así en el panteón de los grandes íconos populares y de los próceres patriotas. Pero de eso, estoy seguro que ya se va a encargar la historia. Yo prefiero imaginarlo llegando con mocasines y el saco desabrochado, cruzándose con otro recién llegado: con Mariano. Lo imagino sentándose a su lado para decirle: “¿Viste pibe cómo es la cosa? Los mismos que se alegraron con tu muerte, ayer estaban festejando la mía. Locos de contentos”.
Ahí fue cuando se me ocurrió pensar que, de esa forma, ayer el odio se cagó en nuestras diferencias. Ayer el odio igualó a Mariano y a Néstor de un plumazo y, con ellos, nos igualó a todos para salir después, como antes o como siempre, exultante a celebrar la muerte. Ellos no lo saben pero acaban de darnos una magnífica lección. Está en nosotros, en los que quedamos, tomar apuntes o no hacerlo. Mariano, Néstor y tantos otros antes que ellos, igualados por ese mismo odio, ya nos dieron suficiente. Su vida. Ni más ni menos.
*ex secretario General de la Juventud Socialista, prov. de Buenos Aires.
Por Aníbal Cipollina*
El 20 de octubre de 2010 moría Mariano Ferreyra a los 23 años y una semana después Néstor Kirchner a los 60. Las diferencias entre ellos, lo que fueron en vida y sus muertes, son muchas y hasta podría decir que exageradas.
Mariano era militante del Partido Obrero, organización identificada con el trotskismo. Néstor provenía de una larga militancia en la tradición peronista. Los dos hacían política desde muy jóvenes pero, en su corta vida, Mariano no alcanzó a ser Presidente de la Nación, ni gobernador de ninguna provincia, ni siquiera intendente como sí pudo serlo Néstor. Éste sí vivió los años de la última dictadura cuando Mariano ni siquiera había nacido.
Los dos en cambio atravesaron la otra década de derrota cultural, la de los 90. Uno como pibe entrando al mundo y a la militancia política cuando no estaba de moda, y otro como gobernador de Santa Cruz, cargo en el que no se privó de alguna que otra claudicación neoliberal. En el preciso momento de su muerte Mariano no era diputado nacional y Néstor sí. De él justamente se hablaba como un casi seguro candidato a Presidente con buenas posibilidades de acceder a su segundo mandato, mientras que Mariano estaba haciendo el CBC, por lo que tengo entendido, de la carrera de Historia.
Al fin y al cabo cabe mencionar “la” gran diferencia final. Mariano murió por la bala de una patota que se clavó en su pecho, no importa si disparada por un burócrata sindical o un barrabrava o cualquier otra variante de hijo de puta de esos que andan por ahí, traicionando a la clase de la que salieron. Es lo mismo. Es la impunidad en que algunos se sienten tan confiados la que lo mató a Mariano. La impunidad del matador y la del asesino intelectual que la garantiza.
Néstor, en cambio, se fue de madrugada, como dicen algunos “en su ley”. Militando, casi. Su corazón, clavado también en el pecho, dejó de funcionar después de haberle dado unos cuantos tirones de oreja que él, por sus convicciones o simple terquedad, no quiso escuchar. Una similitud. Los dos se murieron antes de tiempo, da la sensación. Si es que existe un tiempo para morirse.
Los que me conocen saben que no soy una persona mística. No creo en Dios. Tampoco en que haya una vida después de nuestras muertes. Pero me gusta jugar con la fantasía de una imaginaria revancha que daría una resurrección posible. De una última oportunidad para ponerle, ya muertos, sello y firma a nuestras vidas. Así lo pensé a Néstor ayer, subiendo entre nubes a su morada definitiva. Lo imaginé cruzándose con otra gente que, esperando como él su ingreso a la paz eterna, lo miraba con asombro.
Pude también haberlo imaginado siendo recibido por Perón y Evita, por el “Che”, que se yo… por San Martín o Bolívar. Una recepción triunfal. Un final épico. Claro que pude haber hecho eso, colocándolo así en el panteón de los grandes íconos populares y de los próceres patriotas. Pero de eso, estoy seguro que ya se va a encargar la historia. Yo prefiero imaginarlo llegando con mocasines y el saco desabrochado, cruzándose con otro recién llegado: con Mariano. Lo imagino sentándose a su lado para decirle: “¿Viste pibe cómo es la cosa? Los mismos que se alegraron con tu muerte, ayer estaban festejando la mía. Locos de contentos”.
Ahí fue cuando se me ocurrió pensar que, de esa forma, ayer el odio se cagó en nuestras diferencias. Ayer el odio igualó a Mariano y a Néstor de un plumazo y, con ellos, nos igualó a todos para salir después, como antes o como siempre, exultante a celebrar la muerte. Ellos no lo saben pero acaban de darnos una magnífica lección. Está en nosotros, en los que quedamos, tomar apuntes o no hacerlo. Mariano, Néstor y tantos otros antes que ellos, igualados por ese mismo odio, ya nos dieron suficiente. Su vida. Ni más ni menos.
*ex secretario General de la Juventud Socialista, prov. de Buenos Aires.