Las viejas luces del nuevo varieté
Por Oscar R. González*
Si de algo debe haberse arrepentido Hermes Binner en las angustiosas horas del domingo pasado que precedieron al conocimiento del resultado de las elecciones santafesinas habrá sido, sin duda, de que le cedió el balcón de la Casa Gris a los ruralistas destituyentes para que denostaran desde allí al gobierno nacional, en plena conflagración por las retenciones.
Abrumado por la lluvia de votos conseguida por el cómico Miguel del Sel, que puso al borde del precipicio político una gestión de cuatro años y al candidato impuesto tras una sanguinaria disputa interna con el senador Rubén Giustiniani, el flemático gobernador tendría quizás que haber presagiado que aquellos favores no iban a ser correspondidos electoralmente.
Debió prever en todo caso que, aprovechando la displicencia cívica de un sector de la sociedad provinciana, la derecha real, expresada tanto por el viejo aparato reutemanista como por la nueva dirigencia agrofinanciera, iba a apostar al recurso de disparar simultáneamente tanto contra quienes se jugaron localmente por las políticas redistribucionistas del gobierno central como contra aquellos que respaldaron las exigencias del establishment pero sin el fanatismo fundamentalista que se les demanda a los subordinados.
Así, la disquisición sobre cuál fue el sector más afectado por la irrupción del nuevo protagonista electoral -si quienes acompañan localmente las políticas del gobierno nacional o el oficialismo provincial-, se torna irrelevante frente a la sórdida señal de peligro que significa haberse asomado al agujero negro de una gestión retardataria, contrariando el sentido de los avances democráticos y medidas progresistas que vive la Nación desde el 2003 en adelante.
Cede entonces el interés por saber quién se siente más erosionado por los resultados del domingo 24 y emerge en el horizonte un análisis más ligado a cuál es la verdadera responsabilidad de la política y los políticos en estos casos en que desertar de programas y sensibilidades históricas –caso del socialismo santafesino con su increíble aval a la insubordinación del gran capital agrario- conducen a pavimentarle el camino a las añejas variantes conservadoras que siempre están al acecho.
Quizás no sea tarde entonces, rescatando la experiencia de esta elección donde aparecieron refulgentes las nuevas luces del viejo varieté derechista, la necesidad de repensar la política y forjar la convergencia de los sectores más avanzados de cada una de las tradiciones políticas populares de la Argentina, llámense peronismo, socialismo, radicalismo, para evitar la penuria de tener que recomprar el vetusto relato neoliberal, embutido ahora en el más digerible envase de un comediante ramplón.
*Dirigente de la Unidad Socialista. Ex Secretario General del PS. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.
Publicado por la revista El Guardían, pág 16, 28 de julio de 2011
Por Oscar R. González*
Si de algo debe haberse arrepentido Hermes Binner en las angustiosas horas del domingo pasado que precedieron al conocimiento del resultado de las elecciones santafesinas habrá sido, sin duda, de que le cedió el balcón de la Casa Gris a los ruralistas destituyentes para que denostaran desde allí al gobierno nacional, en plena conflagración por las retenciones.
Abrumado por la lluvia de votos conseguida por el cómico Miguel del Sel, que puso al borde del precipicio político una gestión de cuatro años y al candidato impuesto tras una sanguinaria disputa interna con el senador Rubén Giustiniani, el flemático gobernador tendría quizás que haber presagiado que aquellos favores no iban a ser correspondidos electoralmente.
Debió prever en todo caso que, aprovechando la displicencia cívica de un sector de la sociedad provinciana, la derecha real, expresada tanto por el viejo aparato reutemanista como por la nueva dirigencia agrofinanciera, iba a apostar al recurso de disparar simultáneamente tanto contra quienes se jugaron localmente por las políticas redistribucionistas del gobierno central como contra aquellos que respaldaron las exigencias del establishment pero sin el fanatismo fundamentalista que se les demanda a los subordinados.
Así, la disquisición sobre cuál fue el sector más afectado por la irrupción del nuevo protagonista electoral -si quienes acompañan localmente las políticas del gobierno nacional o el oficialismo provincial-, se torna irrelevante frente a la sórdida señal de peligro que significa haberse asomado al agujero negro de una gestión retardataria, contrariando el sentido de los avances democráticos y medidas progresistas que vive la Nación desde el 2003 en adelante.
Cede entonces el interés por saber quién se siente más erosionado por los resultados del domingo 24 y emerge en el horizonte un análisis más ligado a cuál es la verdadera responsabilidad de la política y los políticos en estos casos en que desertar de programas y sensibilidades históricas –caso del socialismo santafesino con su increíble aval a la insubordinación del gran capital agrario- conducen a pavimentarle el camino a las añejas variantes conservadoras que siempre están al acecho.
Quizás no sea tarde entonces, rescatando la experiencia de esta elección donde aparecieron refulgentes las nuevas luces del viejo varieté derechista, la necesidad de repensar la política y forjar la convergencia de los sectores más avanzados de cada una de las tradiciones políticas populares de la Argentina, llámense peronismo, socialismo, radicalismo, para evitar la penuria de tener que recomprar el vetusto relato neoliberal, embutido ahora en el más digerible envase de un comediante ramplón.
*Dirigente de la Unidad Socialista. Ex Secretario General del PS. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.
Publicado por la revista El Guardían, pág 16, 28 de julio de 2011