Un balance sobre la disputa por la palabra
Oscar González Periodista. Dirigente socialista.
Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional
Después de haber transitado durante muchos años distintas redacciones es hora de repensar sobre las nuevas condiciones en que los trabajadores de prensa desempeñan hoy su oficio, en un gremio que ha sido protagonista de una larga lucha que va desde los años sesenta hasta el presente. En ese trayecto, los periodistas argentinos han pagado un altísimo costo en vidas por defender, no sólo sus reivindicaciones específicas, sino también las libertades democráticas y derechos abolidos por los regímenes autoritarios, sacrificio que impone un mandato irrenunciable a quienes sostenemos una ética periodística fundada en la solidaridad social y comprometida con la autonomía nacional.
Las transformaciones económicas, políticas y sociales de las últimas décadas han modificado los escenarios y las condiciones en que se libra la disputa por el campo de representaciones desde los grandes medios de comunicación.
La emergencia de gobiernos latinoamericanos con propuestas críticas al modelo hegemónico de los ’90 y el impacto de la crisis del capitalismo mundializado crearon nuevos contextos que modificaron material y simbólicamente el rol de los medios hegemónicos en las configuraciones de poder.
Acumulación de capital f inanciero, desarrollo tecnológico y concentración de la propiedad constituyen no sólo fenómenos materiales porque han sido acompañados por modificaciones decisivas en aspectos como la relación de los medios con el Estado y el modo en que se manifiestan (o enmascaran) las perspectivas clasistas en el discurso periodístico, mientras categorías como “periodismo independiente” y “objetividad” encubren el objetivo de control hegemónico sobre los procesos políticos, además de naturalizar los mensajes que relativizan derechos sociales.
Ya desde finales de los ’80 y sus reformas de mercado, los medios tradicionales acompañaron y promovieron el proceso de traspaso de la renta social hacia el circuito financiero, constituyéndose no sólo en voceros de los núcleos concentrados del capital sino integrándose a ellos. Condiciones de esta transformación fueron la apropiación de la empresa Papel Prensa por parte de los dos diarios hegemónicos bajo la tutela militar, el proceso de privatizaciones de radios estatales y, más tarde, el de los canales de televisión durante el menemismo. La transformación de Clarín en una corporación financiera multimediática se visibiliza en la destacada membresía de su CEO, Héctor Magnetto, en la Asociación Empresaria Argentina, la cúpula del establishment local. A ello se suma un hecho de una fuerte carga ética y jurídica: la posible apropiación de dos hijos de desaparecidos por parte de la titular del grupo. Como sucede con otros gobiernos reformistas de Sudamérica, en la Argentina las empresas periodísticas emergieron como poderosos factores de presión frente al Estado gracias a la expansión tecnológica y la convergencia y concentración monopólica, lo que les otorga una privilegiada capacidad de emisión de propaganda político-ideológica.
Simultáneamente, el desarrollo y profundización de las reformas sociales y políticas iniciadas en 2003 generó una durísima confrontación con las corporaciones a partir de iniciativas como la de elevar las retenciones agrícolas, recuperar el sistema previsional solidario y, en otro orden, el impulso a los juicios contra la impunidad y la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que combate de lleno a la concentración mediática.
En esta batalla por el dominio de las conciencias, la lógica de abolir la pluralidad de grados y matices, que se asemeja a un ultimátum, amplió y profundizó una confrontación que llevó a esas empresas periodísticas a pujar en ámbitos que antes se consideraba secundarios, lo que se hizo evidente en la convocatoria a intelectuales afines con el propósito de validar los discursos desde lugares de supuesto saber, en un escenario donde la palabra es objeto explícito de disputa.
Los medios hegemónicos han utilizado siempre la polarización maniquea como recurso. Ocurre que lo que se busca condicionar y limitar ya no es la autonomía, siempre relativa, de un gobierno frente a los grupos de poder sino la capacidad de la política misma para generar cambios progresistas.
Así, el alineamiento de la sociedad se torna en objetivo de la comunicación hegemónica y la función del miedo adquiere nuevas semánticas como cuando se habla de supuestas “crispaciones” y “desprecio por los consensos”. El solo enunciado “le tengo miedo” coloca al destinatario en un lugar amenazante, atribuyéndole un poder intrínsecamente ilegítimo que se propone “amordazar a la prensa independiente” y atacar a ciudadanos indefensos. Como una de las misiones fundamentales de los medios es preservar un sistema de creencias en el que, entre otros mitos, se identifica la economía de mercado con la democracia, todo lo que perturbe al mercado pone en riesgo la democracia. Así, los editoriales y análisis presentan al mercado como un fenómeno espontáneo e inapelable. Los medios hegemónicos se han ocupado profusamente de inducir la representación de que el otro es un enemigo potencial. Por eso medidas como la Asignación Universal por Hijo contiene, además de su enorme valor material, un poderoso simbolismo ya que importa una ruptura radical con la lógica del mercado. La nueva configuración mediática replantea entonces dilemas y contradicciones del oficio que no pueden encararse sin una toma de posición en el terreno de una disputa que es política y cultural, y donde se contraponen la retórica convalidante de una sociedad fragmentada y los mensajes comprometidos con el camino de la reforma social y la ampliación de derechos.
Publicado porel diario Tiempo Argentino, Editorial, pág. 20, el 23 de julio de 2011.
Oscar González Periodista. Dirigente socialista.
Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional
Después de haber transitado durante muchos años distintas redacciones es hora de repensar sobre las nuevas condiciones en que los trabajadores de prensa desempeñan hoy su oficio, en un gremio que ha sido protagonista de una larga lucha que va desde los años sesenta hasta el presente. En ese trayecto, los periodistas argentinos han pagado un altísimo costo en vidas por defender, no sólo sus reivindicaciones específicas, sino también las libertades democráticas y derechos abolidos por los regímenes autoritarios, sacrificio que impone un mandato irrenunciable a quienes sostenemos una ética periodística fundada en la solidaridad social y comprometida con la autonomía nacional.
Las transformaciones económicas, políticas y sociales de las últimas décadas han modificado los escenarios y las condiciones en que se libra la disputa por el campo de representaciones desde los grandes medios de comunicación.
La emergencia de gobiernos latinoamericanos con propuestas críticas al modelo hegemónico de los ’90 y el impacto de la crisis del capitalismo mundializado crearon nuevos contextos que modificaron material y simbólicamente el rol de los medios hegemónicos en las configuraciones de poder.
Acumulación de capital f inanciero, desarrollo tecnológico y concentración de la propiedad constituyen no sólo fenómenos materiales porque han sido acompañados por modificaciones decisivas en aspectos como la relación de los medios con el Estado y el modo en que se manifiestan (o enmascaran) las perspectivas clasistas en el discurso periodístico, mientras categorías como “periodismo independiente” y “objetividad” encubren el objetivo de control hegemónico sobre los procesos políticos, además de naturalizar los mensajes que relativizan derechos sociales.
Ya desde finales de los ’80 y sus reformas de mercado, los medios tradicionales acompañaron y promovieron el proceso de traspaso de la renta social hacia el circuito financiero, constituyéndose no sólo en voceros de los núcleos concentrados del capital sino integrándose a ellos. Condiciones de esta transformación fueron la apropiación de la empresa Papel Prensa por parte de los dos diarios hegemónicos bajo la tutela militar, el proceso de privatizaciones de radios estatales y, más tarde, el de los canales de televisión durante el menemismo. La transformación de Clarín en una corporación financiera multimediática se visibiliza en la destacada membresía de su CEO, Héctor Magnetto, en la Asociación Empresaria Argentina, la cúpula del establishment local. A ello se suma un hecho de una fuerte carga ética y jurídica: la posible apropiación de dos hijos de desaparecidos por parte de la titular del grupo. Como sucede con otros gobiernos reformistas de Sudamérica, en la Argentina las empresas periodísticas emergieron como poderosos factores de presión frente al Estado gracias a la expansión tecnológica y la convergencia y concentración monopólica, lo que les otorga una privilegiada capacidad de emisión de propaganda político-ideológica.
Simultáneamente, el desarrollo y profundización de las reformas sociales y políticas iniciadas en 2003 generó una durísima confrontación con las corporaciones a partir de iniciativas como la de elevar las retenciones agrícolas, recuperar el sistema previsional solidario y, en otro orden, el impulso a los juicios contra la impunidad y la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que combate de lleno a la concentración mediática.
En esta batalla por el dominio de las conciencias, la lógica de abolir la pluralidad de grados y matices, que se asemeja a un ultimátum, amplió y profundizó una confrontación que llevó a esas empresas periodísticas a pujar en ámbitos que antes se consideraba secundarios, lo que se hizo evidente en la convocatoria a intelectuales afines con el propósito de validar los discursos desde lugares de supuesto saber, en un escenario donde la palabra es objeto explícito de disputa.
Los medios hegemónicos han utilizado siempre la polarización maniquea como recurso. Ocurre que lo que se busca condicionar y limitar ya no es la autonomía, siempre relativa, de un gobierno frente a los grupos de poder sino la capacidad de la política misma para generar cambios progresistas.
Así, el alineamiento de la sociedad se torna en objetivo de la comunicación hegemónica y la función del miedo adquiere nuevas semánticas como cuando se habla de supuestas “crispaciones” y “desprecio por los consensos”. El solo enunciado “le tengo miedo” coloca al destinatario en un lugar amenazante, atribuyéndole un poder intrínsecamente ilegítimo que se propone “amordazar a la prensa independiente” y atacar a ciudadanos indefensos. Como una de las misiones fundamentales de los medios es preservar un sistema de creencias en el que, entre otros mitos, se identifica la economía de mercado con la democracia, todo lo que perturbe al mercado pone en riesgo la democracia. Así, los editoriales y análisis presentan al mercado como un fenómeno espontáneo e inapelable. Los medios hegemónicos se han ocupado profusamente de inducir la representación de que el otro es un enemigo potencial. Por eso medidas como la Asignación Universal por Hijo contiene, además de su enorme valor material, un poderoso simbolismo ya que importa una ruptura radical con la lógica del mercado. La nueva configuración mediática replantea entonces dilemas y contradicciones del oficio que no pueden encararse sin una toma de posición en el terreno de una disputa que es política y cultural, y donde se contraponen la retórica convalidante de una sociedad fragmentada y los mensajes comprometidos con el camino de la reforma social y la ampliación de derechos.
Publicado porel diario Tiempo Argentino, Editorial, pág. 20, el 23 de julio de 2011.