España no es una empresa
Por Oscar González (*)
Argentina acaba de reasumir su soberanía en el estratégico terreno de los hidrocarburos y, para ello, ha resuelto expropiar las acciones de Repsol en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), una multinacional con escasa participación de capitales españoles que pasó a jugar en las grandes ligas cuando adquirió la petrolera nacional, según lo admite el propio diario madrileño El País.
Las reacciones del titular de Repsol y de los funcionarios del Gobierno del Partido Popular (PP), llenas de insolencias, exabruptos y desplantes imperiales, se anotan en lo previsible. En cambio, no dejan de sorprender otras afirmaciones como las formuladas por el secretario general del Partido Socialista
Obrero Español (PSOE), Alfredo Pérez Rubalcaba.
Las relaciones fraternales entre argentinos y españoles tienen su origen en una historia forjada por el idioma,
la inmigración, los vínculos familiares, la literatura, la música, el cine y hasta el fútbol. “Los argentinos descendemos de los barcos” es una frase históricamente falaz pero útil a la hora de enfatizar el fenómeno migratorio que protagonizaron quienes emprendieron el largo e incierto viaje a estas tierras desde fines del siglo XIX.
Muchos de esos inmigrantes construyeron mucho de lo que hoy es Argentina y en particular varios de ellos
desempeñaron un papel destacado en la fundación del movimiento obrero y del Partido Socialista, que siempre vivió como propias las luchas del pueblo español, como queda claro con solo recordar hitos como la Guerra Civil, la dolorosa posguerra franquista y la resurrección democrática.
Los negocios, y en particular aquellos relacionados con el proceso de privatizaciones llevado a cabo en Argentina en los años 90, no han contribuido precisamente a profundizar esas relaciones fraternales. La “segunda conquista de América” –como alguna vez se calificó a la oleada de inversiones españolas
en la región– fue un aporte decisivo a la prosperidad de la Península. Desde este lado del Atlántico, en cambio, el balance fue menos favorable, inscritas aquellas en un modelo predatorio de maximización de ganancias.
Aquella incursión inicial coincidió con la etapa en que Felipe González presidía el Gobierno español. Reconocido por sus dotes políticas e intelectuales, el máximo líder del PSOE mostró también una singular vocación para los negocios que continuó tras dejar La Moncloa cuando se convirtió en lobista de empresas españolas y asesor del multimillonario mexicano Carlos Slim.
Para el progresismo local y la izquierda argentina, sus excursiones de pesca con Carlos Saúl Menem eran ya
un sapo difícil de tragar, pero Felipillo nos tenía reservada una sorpresa cuando, una década después, el 20 de diciembre de 2001, mientras el país ardía y eran asesinados manifestantes en la calle, reintroducía en la Casa Rosada al desertor presidente Fernando de la Rúa con el ánimo de arrancar in extremis un ajuste tarifario para una empresa de servicios hispana.
Hace cuatro años, el PP y el PSOE –entonces en el Gobierno– disputaban fuertemente en torno de una venta parcial de acciones de Repsol a una petrolera rusa. Mientras José Luis RodríguezZapatero alegaba que la privatización dispuesta por José María Aznar –el amigo de Mauricio Macri, autoridad
de la ciudad de Buenos Aires– le ataba las manos para impedir la operación, el hoy presidente Mariano Rajoy fundaba su rechazo en “razones de seguridad estratégica nacional”. Y citaba en su apoyo a Felipe González, para quien “de ninguna manera se puede poner el petróleo, el gas y la energía en poder de
los rusos”.
Por suerte, el azoro que causa la opinión de cierta dirigencia socialista se atenúa con otras manifestaciones de jóvenes dirigentes del mismo partido que, como señaló uno de ellos, Enrique Bravo, felicitan a la Presidenta argentina y señalan: “Yo también quiero un Gobierno que devuelva al pueblo todo lo que el capital nos ha robado durante tanto tiempo”.
Las reacciones del titular de Repsol y de los funcionarios del Gobierno del Partido Popular (PP), llenas de insolencias, exabruptos y desplantes imperiales, se anotan en lo previsible. En cambio, no dejan de sorprender otras afirmaciones como las formuladas por el secretario general del Partido Socialista
Obrero Español (PSOE), Alfredo Pérez Rubalcaba.
Las relaciones fraternales entre argentinos y españoles tienen su origen en una historia forjada por el idioma,
la inmigración, los vínculos familiares, la literatura, la música, el cine y hasta el fútbol. “Los argentinos descendemos de los barcos” es una frase históricamente falaz pero útil a la hora de enfatizar el fenómeno migratorio que protagonizaron quienes emprendieron el largo e incierto viaje a estas tierras desde fines del siglo XIX.
Muchos de esos inmigrantes construyeron mucho de lo que hoy es Argentina y en particular varios de ellos
desempeñaron un papel destacado en la fundación del movimiento obrero y del Partido Socialista, que siempre vivió como propias las luchas del pueblo español, como queda claro con solo recordar hitos como la Guerra Civil, la dolorosa posguerra franquista y la resurrección democrática.
Los negocios, y en particular aquellos relacionados con el proceso de privatizaciones llevado a cabo en Argentina en los años 90, no han contribuido precisamente a profundizar esas relaciones fraternales. La “segunda conquista de América” –como alguna vez se calificó a la oleada de inversiones españolas
en la región– fue un aporte decisivo a la prosperidad de la Península. Desde este lado del Atlántico, en cambio, el balance fue menos favorable, inscritas aquellas en un modelo predatorio de maximización de ganancias.
Aquella incursión inicial coincidió con la etapa en que Felipe González presidía el Gobierno español. Reconocido por sus dotes políticas e intelectuales, el máximo líder del PSOE mostró también una singular vocación para los negocios que continuó tras dejar La Moncloa cuando se convirtió en lobista de empresas españolas y asesor del multimillonario mexicano Carlos Slim.
Para el progresismo local y la izquierda argentina, sus excursiones de pesca con Carlos Saúl Menem eran ya
un sapo difícil de tragar, pero Felipillo nos tenía reservada una sorpresa cuando, una década después, el 20 de diciembre de 2001, mientras el país ardía y eran asesinados manifestantes en la calle, reintroducía en la Casa Rosada al desertor presidente Fernando de la Rúa con el ánimo de arrancar in extremis un ajuste tarifario para una empresa de servicios hispana.
Hace cuatro años, el PP y el PSOE –entonces en el Gobierno– disputaban fuertemente en torno de una venta parcial de acciones de Repsol a una petrolera rusa. Mientras José Luis RodríguezZapatero alegaba que la privatización dispuesta por José María Aznar –el amigo de Mauricio Macri, autoridad
de la ciudad de Buenos Aires– le ataba las manos para impedir la operación, el hoy presidente Mariano Rajoy fundaba su rechazo en “razones de seguridad estratégica nacional”. Y citaba en su apoyo a Felipe González, para quien “de ninguna manera se puede poner el petróleo, el gas y la energía en poder de
los rusos”.
Por suerte, el azoro que causa la opinión de cierta dirigencia socialista se atenúa con otras manifestaciones de jóvenes dirigentes del mismo partido que, como señaló uno de ellos, Enrique Bravo, felicitan a la Presidenta argentina y señalan: “Yo también quiero un Gobierno que devuelva al pueblo todo lo que el capital nos ha robado durante tanto tiempo”.
Buenos Aires / República Argentina
(*) Dirigente socialista argentino. Secretario de Relaciones Parlamentarias del Gobierno
Publicado por el diario Correo del Orinoco, Opinión Libre, pág. 22, el 24 de abril de 2012.
Publicado por el diario Correo del Orinoco, Opinión Libre, pág. 22, el 24 de abril de 2012.