Por Oscar González *
Hace 81 años, el 14 de abril de 1931, una de las dos Españas de las que hablaba Antonio Machado proclamaba la Segunda República. Ese grito, soterrado bajo siglos de opresión y oscurantismo, daría paso a una etapa, breve pero luminosa, en la que las clases populares no sólo disputarían el poder político, sino que pondrían en cuestión la organización de la economía, las ideas vigentes, la tutela de la Iglesia sobre la educación y la vida cotidiana y hasta la distribución de la tierra.
La España clerical y reaccionaria no perdonó jamás esa osadía y apenas cinco años más tarde, con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista, se alzó contra el nuevo orden y ahogó en sangre ese grito de libertad. Durante tres años, obreros, campesinos y no pocos maestros, intelectuales y artistas, combatieron heroicamente, pero la barbarie terminó quebrando las últimas resistencias en abril de 1939. Así se inició la dictadura del generalísimo Francisco Franco, caudillo por la gracia de Dios, que se prolongó hasta 1975 y sumió a esa nación en una de sus etapas más sombrías.
Durante la Guerra Civil y los años de la dictadura, se perpetraron en España numerosos crímenes contra la humanidad, como parte de un plan sistemático de exterminio de los partidarios de la República, que incluyó secuestros, ejecuciones y desapariciones. El objetivo no era sólo castigar la audacia del pueblo, sino erradicar la idea misma de que cualquier rebelión fuera posible.
España ingresó a la modernidad y a la transición democrática bajo un pacto, el de La Moncloa, que incluía olvidar aquellos crímenes. Pero como la memoria no se administra por decreto, tantos años después, las víctimas siguieron clamando justicia y hubo un magistrado valiente, Baltasar Garzón, que había investigado los crímenes de las dictaduras argentina y chilena, que decidió hacer lo mismo en su propio país. Fue el fin de su notable carrera judicial y su condena, un signo ominoso de los tiempos que se avecinaban con el triunfo conservador.
Poco amante de la sutileza, el nuevo gobierno no hace grandes esfuerzos por ocultar cuáles son sus objetivos y la crisis ha sido la coartada perfecta para aplicar un ajuste brutal que no hará sino profundizar los niveles de desempleo que padecen hoy los trabajadores españoles y que, además, conspira contra la propia recuperación de la economía.
Como era de prever, las primeras víctimas de la ofensiva son los trabajadores, la educación, los programas sociales y la ayuda al desarrollo, que ha caído a su mínima expresión. Pero el programa máximo comprende el propósito explícito de desmantelar por completo el Estado social. Previendo alguna resistencia, ya se ha anunciado que se endurecerá la legislación vigente, no sólo para castigar la "violencia" de los "colectivos antisistema", sino toda una serie de comportamientos que involucren algún tipo de protesta.
Es triste que hoy, a 81 años de la proclamación de la República de la esperanza, la otra España, esa que ya no debía ser, vuelva a helar el corazón.
* Dirigente del Socialismo para la Victoria.
Publicado por Página 12, El País, pág. 8, el 14 de abril de 2012