El triunfo de Néstor Kirchner
Un texto polémico de un periodista opositor en un diario derechista
Jorge Fernández Díaz
LA NACION
"Viva el ateroma", decía un usuario de Internet el día en que operaban de urgencia a Néstor Kirchner. Se remedaba así el tristemente célebre "Viva el cáncer" que le pintaron a Eva Perón. Luego otro comentarista expresaba los deseos de que Kirchner saliera vivo pero cuadripléjico del quirófano. Sabemos que una parte de la web se ha transformado en una cloaca de psicópatas anónimos. Pero cuando leí esta clase de reacciones escritas no pude sino pensar que no se trataba meramente de un pecado mortal de cobardes internautas. El odio proclamado en el ciberespacio tiene su correlato diario en las casas, los bares, los taxis, los trabajos y los medios de comunicación de la Argentina. Esa apología del ateroma es un síntoma aberrante y patético, la punta del iceberg de una inmensa montaña helada de rencor y enfrentamientos sociales; un veneno que contamina los discursos públicos y privados, a uno y otro lado de la vereda ideológica, en este país convulso de desprecios y zancadillas donde nadie es capaz de reconocerle al otro una razón. Una sola.
Tengo una noticia catastrófica para todos ustedes: Néstor Kirchner triunfó.
Es verdad que está perdiendo la batalla política, pero no es menos cierto que le ayudamos todos los días a que gane la cultural. Su despiadada lógica amigo-enemigo se extendió fuera de sus áreas de influencia. Esa lógica violenta avanza como una mancha negra sobre las militancias y dirigencias opositoras, sobre la opinión pública y sobre la sociedad anónima. Esa lógica kirchnerista se transformó en la gran cultura política de estos tiempos. Triste, muy triste herencia.
Ganó Kirchner porque el caníbal obligó a sus críticos a la antropofagia. Porque muchos acólitos se transformaron en salvajes irracionales y porque algunos críticos se convirtieron en los demonios que combatían. Y porque a la máquina de picar adversarios que el Gobierno maneja se le va oponiendo una máquina de picar oficialistas. Ya se han borrado los matices en esta guerra. Cunden los blancos y negros, los buenos y los malos. Y sobre todo, la deshonestidad intelectual. Elogiar una política de Estado o castigar la gestión de un opositor significa "hacerle el juego al kirchnerismo". Rescatar determinados argumentos de la oposición o denunciar la corrupción de un funcionario es "hacerle el juego a la derecha". Y al enemigo ni justicia.
Amistades personales, convivencias políticas, tolerancias entre distintos, respeto democrático, solidaridad y caballerosidades humanas: todo se lo lleva el vendaval de la lógica patria-antipatria, o tiranía-república. Si yo soy la Patria, el otro es algo gravísimo: un traidor a la Patria. Si yo soy la República, el otro es algo gravísimo también: un cómplice del tirano. Con estas disyuntivas de hierro no queda más que la refriega irreconciliable y fatal. No queda más que el precipicio entre los unos y los otros, cuando la democracia es un tejido de alternativas, una sucesión de debates ásperos con un fondo de acuerdos permanentes, un lugar donde no caben denuncias de golpismo ni golpes institucionales, sino juegos legales y legítimos entre gente que piensa distinto. Hacer lo que se critica, convertirse en Kirchner para derrotar a Kirchner, implica un error tremendo. Una gran tragedia.
Un texto polémico de un periodista opositor en un diario derechista
Jorge Fernández Díaz
LA NACION
"Viva el ateroma", decía un usuario de Internet el día en que operaban de urgencia a Néstor Kirchner. Se remedaba así el tristemente célebre "Viva el cáncer" que le pintaron a Eva Perón. Luego otro comentarista expresaba los deseos de que Kirchner saliera vivo pero cuadripléjico del quirófano. Sabemos que una parte de la web se ha transformado en una cloaca de psicópatas anónimos. Pero cuando leí esta clase de reacciones escritas no pude sino pensar que no se trataba meramente de un pecado mortal de cobardes internautas. El odio proclamado en el ciberespacio tiene su correlato diario en las casas, los bares, los taxis, los trabajos y los medios de comunicación de la Argentina. Esa apología del ateroma es un síntoma aberrante y patético, la punta del iceberg de una inmensa montaña helada de rencor y enfrentamientos sociales; un veneno que contamina los discursos públicos y privados, a uno y otro lado de la vereda ideológica, en este país convulso de desprecios y zancadillas donde nadie es capaz de reconocerle al otro una razón. Una sola.
Tengo una noticia catastrófica para todos ustedes: Néstor Kirchner triunfó.
Es verdad que está perdiendo la batalla política, pero no es menos cierto que le ayudamos todos los días a que gane la cultural. Su despiadada lógica amigo-enemigo se extendió fuera de sus áreas de influencia. Esa lógica violenta avanza como una mancha negra sobre las militancias y dirigencias opositoras, sobre la opinión pública y sobre la sociedad anónima. Esa lógica kirchnerista se transformó en la gran cultura política de estos tiempos. Triste, muy triste herencia.
Ganó Kirchner porque el caníbal obligó a sus críticos a la antropofagia. Porque muchos acólitos se transformaron en salvajes irracionales y porque algunos críticos se convirtieron en los demonios que combatían. Y porque a la máquina de picar adversarios que el Gobierno maneja se le va oponiendo una máquina de picar oficialistas. Ya se han borrado los matices en esta guerra. Cunden los blancos y negros, los buenos y los malos. Y sobre todo, la deshonestidad intelectual. Elogiar una política de Estado o castigar la gestión de un opositor significa "hacerle el juego al kirchnerismo". Rescatar determinados argumentos de la oposición o denunciar la corrupción de un funcionario es "hacerle el juego a la derecha". Y al enemigo ni justicia.
Amistades personales, convivencias políticas, tolerancias entre distintos, respeto democrático, solidaridad y caballerosidades humanas: todo se lo lleva el vendaval de la lógica patria-antipatria, o tiranía-república. Si yo soy la Patria, el otro es algo gravísimo: un traidor a la Patria. Si yo soy la República, el otro es algo gravísimo también: un cómplice del tirano. Con estas disyuntivas de hierro no queda más que la refriega irreconciliable y fatal. No queda más que el precipicio entre los unos y los otros, cuando la democracia es un tejido de alternativas, una sucesión de debates ásperos con un fondo de acuerdos permanentes, un lugar donde no caben denuncias de golpismo ni golpes institucionales, sino juegos legales y legítimos entre gente que piensa distinto. Hacer lo que se critica, convertirse en Kirchner para derrotar a Kirchner, implica un error tremendo. Una gran tragedia.