Por Oscar González
Foto Jorge Form
Marcha del 24 de marzo de 2010.
De izq. a der. Martín Sabatella, Jorge Rivas, Oscar González y Ariel Basteiro
La multitudinaria marcha para exigir la plena vigencia de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, cuya aplicación fuera suspendida arbitrariamente por la justicia mendocina, confirma algo más que un viraje en la situación política, y juntamente con la masiva manifestación del pasado 24 de marzo, conforman un evidente signo de revitalización cívica.
La pluralidad, diversidad política y variedad social de ambas movilizaciones expresan la gestación de nuevos términos de unidad que superan las difusas fronteras de las identidades políticas para situarse en un territorio común, donde las disputas por cuestiones inmediatas y coyunturales comienza a dejar paso a la lucha por lo que verdaderamente se juega hoy: la capacidad del Estado y la sociedad civil para alcanzar mayores niveles de autonomía y emancipación respecto de los mercados y su superestructura simbólica y mediática.
Mientras esa nueva realidad asoma en el espacio público, el conglomerado parlamentario opositor sigue sin responder a ninguna necesidad real o demanda colectiva y solo actúa en función del puro designio de paralizar la gestión de gobierno, sin importar la legalidad o legitimidad del método utilizado.
Más allá del ámbito del Congreso, la oposición ni siquiera se manifiesta.
Así, mientras se acusa al Gobierno de apoderarse de la reivindicación de los derechos humanos, ningún dirigente opositor de peso puso el cuerpo en el repudio al golpe cuando decenas de miles de personas de todos los colores políticos marcharon en la última conmemoración, respaldando de ese modo la continuidad de los juicios a los represores, entorpecidos por los bolsones autoritarios que aún perduran en el Poder Judicial.
Lejos de los capciosos piquetes patronales del campo, y los raquíticos caceroleos en alguna esquina elegante, las últimas movilizaciones recuperan el sentido universal de los reclamos por reivindicaciones sociales y políticas impostergables, una larga tradición histórica que comienza a inicios del siglo pasado, atraviesa esa centuria, se expresa en las protestas urbanas antidictatoriales de fines de los 70, batalla contra el golpismo carapintada en los 80 y -desde entonces- no cesa de expresarse en el reclamo de memoria, verdad y, sobre todo, justicia.
Hoy, más allá de la diversidad de los contextos y la singularidad de los soportes actuales de las convocatorias -incluida las surgidas de las nuevas redes sociales virtuales- queda demostrado que la calle sigue siendo un espacio cívico y de construcción movimientista, plural, colectivo y solidario, que además de expresar apoyo a lo mucho que se avanzado, contiene una energía colectiva capaz de ir tras un objetivo que va más lejos aun, profundizando y ampliando lo que se hizo hasta el presente. Ese es el sentido de este renovado protagonismo popular que gana las calles. (Télam)
*El autor es secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional. Fue Secretario General del Partido Socialista