Honduras: una triple lucha de alcance mundial
Guillermo Almeyra
La vuelta a Tegucigalpa del presidente Manuel Zelaya eleva, de un solo golpe, el conflicto entre la mayoría del pueblo hondureño y la oligarquía golpista de ese país y, además, la disputa entre Brasil y la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, por una parte, y el Departamento de Estado y el Pentágono (que apañan a los golpistas), por la otra, así como entre este gobierno paralelo del establishment estadounidense (formado por esas dos instituciones y apoyado por todos los ultraderechistas, sean éstos del partido Demócrata como del Republicano) y el presidente Barack Obama…
Es obvio que Zelaya no podría haber cruzado la frontera sin la protección de los gobiernos vecinos de Honduras (y la connivencia –o la ceguera voluntaria) de elementos de las fuerzas de seguridad hondureñas. También es igualmente evidente que Brasil dio su consentimiento previo al ingreso de Zelaya en su embajada en Tegucigalpa y que el gobierno de Lula dio instrucciones en ese sentido a su embajador en la OEA y a su representante en la capital hondureña. El silencio desconcertado de Hillary Clinton indica también que el Departamento de Estado no esperaba esta medida, que lo obligará a tomar posición en la OEA y frente a los golpistas, mientras la ultraderecha estadounidense responde con furia mediante el Washington Post, que publica en primera página nada menos que una nota de Micheletti, el jefe de los golpistas hondureños, sobre esta situación, apoyando así abiertamente a los dictadores acorralados.
Todo el panorama en la región se ha movido gracias a esta decisión del presidente legítimo de Honduras y se ha puesto en movimiento…
En primer lugar, la dictadura de Micheletti y Cía enfrentará ahora un recrudecimiento de la protesta y la movilización popular, que repudian y desafían el toque de queda de los gorilas y podrían llevar incluso a estallidos insurreccionales aislados. Es previsible que las instituciones se dividan. La jerarquía de la Iglesia católica, que apoya a Micheletti y al golpe gorila, se enfrenta ya con sacerdotes con fuerte respaldo popular que apoyan la democracia y exigen el retorno de Zelaya. En la policía se ha comprobado que existen sectores que no están dispuestos a seguir al Alto Comando militar en su aventura gopista y lo mismo sucede entre los soldados, mientras en ambas fuerzas, como lo demuestra el salvajismo de la represión, hay quienes son partidarios de aplastar a sangre y fuego la protesta semiinsurreccional del pueblo hondureño, pero temen el aislamiento internacional (y que Obama pueda torcerle el brazo a los grandes protectores estadounidenses no demasiado enmascarados de los golpistas de Tegucigalpa).
Si, bajo la presión popular, un sector grande de la policía o del ejército, para evitar la guerra civil, rechazase la escalada de la represión y aceptase la idea de un gobierno de transición, conservador, que encapsulase a Zelaya limitando totalmente la intervención presidencial hasta la realización de elecciones presidenciales, el Alto Mando y el gobierno de los gorilas acabaría en la cárcel o en el exilio.
Una parte importante de la burguesía comercial hondureña, con el apoyo de la OEA y hasta, eventualmente, de un Departamento de Estado obligado a cambiar de política sacrificando a los gorilas, podría apoyar esa salida para evitar la guerra civil y para romper el islamiento y el bloqueo internacionales que afectan duramente a su economía. El propio Zelaya, con el apoyo de la mayoría conservadora de la OEA, podría aceptar esa solución porque él también le teme a la insurrección popular, que pondría en peligro, por lo menos, las propiedades de los terratenientes (él es uno de ellos). Sobre todo porque tiene conciencia de que incluso si fuese presidente sin margen de maniobra en un gobierno de transición, sería la primera figura del mismo, aparecería como triunfador y reforzaría su apoyo popular para encarar cualquier otra perspectiva inmediata. Hay que ver, sin embargo, cuál sería la reacción popular ante la caída de los golpistas gorilas y su reemplazo por chimpancés y ante la condición de presidente maniatado que le impondrían a Zelaya. Posiblemente un sector podría aceptar esa situación, pero otro, importante, buscaría seguir adelante con su lucha, aprovechando lo que verían como un triunfo de la misma. La actual represión, su dura mucho, podría alentarlo en ese camino.
El apoyo del gobierno brasileño y de la OEA a Zelaya tiene en Honduras el objetivo de llevar al gobierno al presidente legítimo evitando la guerra civil. Pero Brasil responde con este apoyo al presidente legítimo, que es miembro del ALBA, a la instalación de bases de Estados Unidos en Colombia (las cuales amenazan en primer lugar al gobierno de Chávez y al petróleo venezolano, vital para Washington) pero también la riqueza petrolera y el agua brasileñas. No hay que olvidar que Brasil, que además repudia la existencia de la IV Flota de EEUU que amenaza su petróleo submarino, se rearmó con tecnología de avanzada francesa (abandonando la estadounidense).
Al Departamento de Estado se le abre pues un frente muy activo en Mesoamérica, que es vital para afirmar tanto el plan Mérida como el Plan Colombia, y no puede aparecer ante el mundo –y menos aún, ante Rusia, a la que acaba de sacrificar su Escudo espacial- apoyando abiertamente una dictadura militar dirigida, por ejemplo, contra Venezuela (que tiene un pacto con Rusia y se ha rearmado con armas rusar).
Por último, Obama, que ve agravarse la situación en Afganistán, donde el alto mando le pide refuerzos para que a Estados Unidos no le pase lo que le pasó en Irak, no está en condiciones de imponer dictaduras en Centroamérica (y menos aún de legitimar a la extrema derecha estadounidense y a sus enemigos en el Pentágono y en el Departamento de Estado y a unos gorilas que todos los días le dicen que es un “negrito ignorante”).
Todo depende, pues, de qué pasará en las fuerzas armadas y en las clases dominantes hondureñas y de qué reacciones tendrá Estados Unidos (o sea, de cómo se resolverá la lucha interna en el establishment en ese país). La creciente ola de movilizaciones populares en Honduras puede resultar muy importante para precipitar grandes cambios.
Guillermo Almeyra
La vuelta a Tegucigalpa del presidente Manuel Zelaya eleva, de un solo golpe, el conflicto entre la mayoría del pueblo hondureño y la oligarquía golpista de ese país y, además, la disputa entre Brasil y la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, por una parte, y el Departamento de Estado y el Pentágono (que apañan a los golpistas), por la otra, así como entre este gobierno paralelo del establishment estadounidense (formado por esas dos instituciones y apoyado por todos los ultraderechistas, sean éstos del partido Demócrata como del Republicano) y el presidente Barack Obama…
Es obvio que Zelaya no podría haber cruzado la frontera sin la protección de los gobiernos vecinos de Honduras (y la connivencia –o la ceguera voluntaria) de elementos de las fuerzas de seguridad hondureñas. También es igualmente evidente que Brasil dio su consentimiento previo al ingreso de Zelaya en su embajada en Tegucigalpa y que el gobierno de Lula dio instrucciones en ese sentido a su embajador en la OEA y a su representante en la capital hondureña. El silencio desconcertado de Hillary Clinton indica también que el Departamento de Estado no esperaba esta medida, que lo obligará a tomar posición en la OEA y frente a los golpistas, mientras la ultraderecha estadounidense responde con furia mediante el Washington Post, que publica en primera página nada menos que una nota de Micheletti, el jefe de los golpistas hondureños, sobre esta situación, apoyando así abiertamente a los dictadores acorralados.
Todo el panorama en la región se ha movido gracias a esta decisión del presidente legítimo de Honduras y se ha puesto en movimiento…
En primer lugar, la dictadura de Micheletti y Cía enfrentará ahora un recrudecimiento de la protesta y la movilización popular, que repudian y desafían el toque de queda de los gorilas y podrían llevar incluso a estallidos insurreccionales aislados. Es previsible que las instituciones se dividan. La jerarquía de la Iglesia católica, que apoya a Micheletti y al golpe gorila, se enfrenta ya con sacerdotes con fuerte respaldo popular que apoyan la democracia y exigen el retorno de Zelaya. En la policía se ha comprobado que existen sectores que no están dispuestos a seguir al Alto Comando militar en su aventura gopista y lo mismo sucede entre los soldados, mientras en ambas fuerzas, como lo demuestra el salvajismo de la represión, hay quienes son partidarios de aplastar a sangre y fuego la protesta semiinsurreccional del pueblo hondureño, pero temen el aislamiento internacional (y que Obama pueda torcerle el brazo a los grandes protectores estadounidenses no demasiado enmascarados de los golpistas de Tegucigalpa).
Si, bajo la presión popular, un sector grande de la policía o del ejército, para evitar la guerra civil, rechazase la escalada de la represión y aceptase la idea de un gobierno de transición, conservador, que encapsulase a Zelaya limitando totalmente la intervención presidencial hasta la realización de elecciones presidenciales, el Alto Mando y el gobierno de los gorilas acabaría en la cárcel o en el exilio.
Una parte importante de la burguesía comercial hondureña, con el apoyo de la OEA y hasta, eventualmente, de un Departamento de Estado obligado a cambiar de política sacrificando a los gorilas, podría apoyar esa salida para evitar la guerra civil y para romper el islamiento y el bloqueo internacionales que afectan duramente a su economía. El propio Zelaya, con el apoyo de la mayoría conservadora de la OEA, podría aceptar esa solución porque él también le teme a la insurrección popular, que pondría en peligro, por lo menos, las propiedades de los terratenientes (él es uno de ellos). Sobre todo porque tiene conciencia de que incluso si fuese presidente sin margen de maniobra en un gobierno de transición, sería la primera figura del mismo, aparecería como triunfador y reforzaría su apoyo popular para encarar cualquier otra perspectiva inmediata. Hay que ver, sin embargo, cuál sería la reacción popular ante la caída de los golpistas gorilas y su reemplazo por chimpancés y ante la condición de presidente maniatado que le impondrían a Zelaya. Posiblemente un sector podría aceptar esa situación, pero otro, importante, buscaría seguir adelante con su lucha, aprovechando lo que verían como un triunfo de la misma. La actual represión, su dura mucho, podría alentarlo en ese camino.
El apoyo del gobierno brasileño y de la OEA a Zelaya tiene en Honduras el objetivo de llevar al gobierno al presidente legítimo evitando la guerra civil. Pero Brasil responde con este apoyo al presidente legítimo, que es miembro del ALBA, a la instalación de bases de Estados Unidos en Colombia (las cuales amenazan en primer lugar al gobierno de Chávez y al petróleo venezolano, vital para Washington) pero también la riqueza petrolera y el agua brasileñas. No hay que olvidar que Brasil, que además repudia la existencia de la IV Flota de EEUU que amenaza su petróleo submarino, se rearmó con tecnología de avanzada francesa (abandonando la estadounidense).
Al Departamento de Estado se le abre pues un frente muy activo en Mesoamérica, que es vital para afirmar tanto el plan Mérida como el Plan Colombia, y no puede aparecer ante el mundo –y menos aún, ante Rusia, a la que acaba de sacrificar su Escudo espacial- apoyando abiertamente una dictadura militar dirigida, por ejemplo, contra Venezuela (que tiene un pacto con Rusia y se ha rearmado con armas rusar).
Por último, Obama, que ve agravarse la situación en Afganistán, donde el alto mando le pide refuerzos para que a Estados Unidos no le pase lo que le pasó en Irak, no está en condiciones de imponer dictaduras en Centroamérica (y menos aún de legitimar a la extrema derecha estadounidense y a sus enemigos en el Pentágono y en el Departamento de Estado y a unos gorilas que todos los días le dicen que es un “negrito ignorante”).
Todo depende, pues, de qué pasará en las fuerzas armadas y en las clases dominantes hondureñas y de qué reacciones tendrá Estados Unidos (o sea, de cómo se resolverá la lucha interna en el establishment en ese país). La creciente ola de movilizaciones populares en Honduras puede resultar muy importante para precipitar grandes cambios.