Publicada entre 1979 y 1981 por Tula, Portantiero, Aricó, Casullo y otros argentinos exiliados en México, Controversia planteó un temprano y autocrítico debate sobre la lucha armada, el rol del peronismo y el marxismo. Ahora se consigue una edición facsimilar en formato libro.
Por Javier Lorca
“Sufrimos una derrota, una derrota atroz. Derrota que no sólo es la consecuencia de la superioridad del enemigo, sino de nuestra incapacidad para valorarlo, de la sobrevaloración de nuestras fuerzas, de nuestra manera de entender el país, de nuestra concepción de la política.” Escritas en octubre de 1979 por militantes e intelectuales argentinos exiliados en México, aquellas palabras inauguraban la revista Controversia, definiendo su espíritu crítico, descarnadamente autocrítico. Durante dos años, sus páginas albergaron a Juan Carlos Portantiero, Oscar Terán, Héctor Schmucler, Nicolás Casullo y José Aricó, entre muchos otros. Y ahora, tres décadas después, pueden volver a ser leídas y debatidas, gracias a una reedición facsimilar publicada por Ejercitar la Memoria, declarada de interés cultural por la Secretaría de Cultura de la Nación.
“La revista surgió en México a partir de la propuesta de Miguel Angel Picatto, un periodista cordobés y radical –cuenta ahora Sergio Bufano–. Nos convocó a unas quince personas y, a partir de ahí, empezó un proceso de discusión sobre qué carácter debía tener la publicación. Picatto proponía un periódico que denunciara la dictadura. Pero algunos empezaron a pensar en profundizar qué estaba pasando con el peronismo y con la izquierda en Argentina, sobre todo en los grupos armados, y qué estaba pasando con el marxismo a nivel mundial. Nos parecía que ya había muchas publicaciones de denuncia sobre la dictadura.”
Con esa definición de intereses, el promotor del proyecto decidió apartarse y, finalmente, el consejo editor quedó formado por Aricó, Bufano, Casullo, Portantiero, Schmucler, Terán, Ricardo Nudelman, Sergio Caletti y, luego, Carlos Abalo. Como director fue elegido Jorge Tula. Dentro del grupo había dos tendencias claras: la peronista, representada por Casullo y Caletti, y la socialista, que abarcaba a casi todos los demás. La revista se publicó durante dos años, fueron trece números, hasta que en 1981 las diferencias entre ambas tendencias derivaron en el final. Además de los editores, llegaron a escribir Fernando Enrique Cardoso, Angel Rama, Oscar del Barco, Néstor García Canclini, David Viñas, León Rozitchner y muchos más.
“Pusimos el nombre Controversia y ya el primer número produjo efectivamente fuertes polémicas”, recuerda Bufano. Asumir la derrota, como hacía el primer editorial, “resultó en ese momento una especie de provocación. Todos los grupos armados que estaban en el exilio plantearon que era una traición, que la resistencia popular todavía tenía posibilidades y que la dictadura no iba a durar”. La asunción de la derrota suponía una intensa crítica al camino recorrido: “El exilio fue el momento de interrogarnos cómo habíamos llegado hasta ahí y qué hacíamos entonces –dice Bufano, a cargo de la reedición de la revista junto a Israel Lotersztain–. Desde un primer momento, apareció la crítica a la lucha armada. El haber elegido las armas como herramienta de lucha en los ’70 había ayudado a impulsar el autoritarismo y había generado una mirada muy esquemática de la realidad. En definitiva, había conducido a la derrota”.
Ya en su número inicial, Controversia puso el dedo en otra llaga abierta. En el artículo “Actualidad de los derechos humanos”, Héctor Schmucler denunciaba cómo la dictadura militar se apoyaba en “la muerte” como “última ratio del poder” (“la violencia de la muerte es apenas un momento de la otra violencia generalizada, simbólica y material”) y cuestionaba también a los grupos revolucionarios que “reivindicaban su derecho a privar de la vida a otros seres en función de la ‘justeza’ de la lucha que desarrollaban”. Se preguntaba: “¿Existen formas discriminatorias de medir que otorgan valor a una vida y no a otra? ¿Los llamados derechos humanos evocan valores ecuménicos y transhistóricos o es necesario situarlos en una visión política donde los valores se dirimen de acuerdo con la relación de fuerzas de los sectores sociales en conflicto?”.
Aquella autocrítica –dice hoy Schmucler, en diálogo con Página/12– “nos costó sangre, sudor y lágrimas. No fue un gesto de valentía, sino sólo decir lo que pensábamos, aunque no fuera políticamente correcto. No todos los que hacíamos la revista pensábamos igual, pero sí compartíamos un punto de partida que nos unificaba: una voluntad crítica, una voluntad de analizar y reflexionar sobre nuestro pasado y sobre nuestras propias ideas, que nos habían llevado al exilio y a la pérdida de seres queridos. Compartíamos la sensación clara, viva, de un fracaso”.
–¿Cómo puede ser leída hoy la revista, tres décadas después? ¿Cuál cree que es su legado?
–No lo literal –dice Schmucler–, pero sí el espíritu crítico, la decisión de no pensar primero si conviene o no conviene decir algo, sino buscar una convicción de verdad. Todo aquello que no decimos porque no conviene es acumulado por ese enemigo que no deja de triunfar, para citar a Walter Benjamin. En parte, me alegra que hace treinta años hayamos dicho cosas que siguen siendo sumamente actuales. Pero, a la vez, esto quiere decir que aún hoy no hemos salido de una matriz que nos mantiene semiciegos, semimudos, casi insensibles.(Página 12)