Publicado por el Semanario REDACCIÓN de Salta. Sabado 18 de octumbre de 2008.
Cuando se hacían los actos conmemorativos del 17 de octubre (que juntaban mucho más público que el original), a último momento y ya finalizado el discurso, Perón anunciaba un asueto para el día siguiente: San Perón.
Se sabía que así sería, pero nunca lo adelantó, manteniendo la expectativa, lo cual obligaba a aún los no partidarios a mantenerse atentos al acto por la radio, para cerciorarse del feriado. ¿Avivada, demagogia? Sí, pero hay que reconocer que sabía manejar la radio, el único medio masivo de comunicación de entonces, y la política de masas con una relación directa entre la plaza y el balcón, con lo cual no necesitaba ni siquiera a su propio partido. Desde entonces, todos los políticos civiles y militares soñaron con el balcón y no logaron un aceptable remedo.
Pasaron sesenta y tres años, tiempo más que suficiente para que el hecho histórico sea analizado como tal, es decir, serena y objetivamente. Los protagonistas han muerto y hasta los más jóvenes obreros que refrescaron sus cansados pies en las fuentes de la plaza, son octogenarios largos.
Pasaron sesenta y tres años, tiempo más que suficiente para que el hecho histórico sea analizado como tal, es decir, serena y objetivamente. Los protagonistas han muerto y hasta los más jóvenes obreros que refrescaron sus cansados pies en las fuentes de la plaza, son octogenarios largos.
Dos franceses no se golpean discutiendo sobre Napoleón, tema para las academias. Los argentinos sí. Si aún lo hacemos por Sarmiento o Rosas, mucho más por Perón. Es que éste y el peronismo que lo sobrevive, significaron, gusten o no, una bisagra histórica. Un hecho que no se terminó de asimilar ni comprender. Hay que remontarse a Caseros o a la Ley Sáenz Peña, para encontrar un paralelo.
A partir de esa fecha, el que era el partido popular, dejó de serlo. La “chusma radical” se transformó en “grasas descamisados”. La izquierda de base obrera, socialistas, comunistas y anarquistas, vieron como su base sindical, con dirigentes incluidos, se pasaban al nuevo encuadramiento político. Los conservadores tuvieron que enfrentarse a la “siniestra encrucijada del cuarto oscuro”.
La oposición, despoblada de líderes (Alvear, Agustín Justo, Mario Bravo y hasta Castillo se murieron en las vísperas), cometió los peores errores: eligió la peor fórmula; rechazó la legislación obrera y se enredó con el embajador Braden, creyendo que la lucha era contra el nazismo lejano y derrotado, cuestión que dejaba frío a un pueblo postergado y ávido de justicia social. Hacía años que la industrialización paulatina incorporaba un nuevo proletariado, los “cabecitas negras” del interior profundo.
A partir de esa fecha, el que era el partido popular, dejó de serlo. La “chusma radical” se transformó en “grasas descamisados”. La izquierda de base obrera, socialistas, comunistas y anarquistas, vieron como su base sindical, con dirigentes incluidos, se pasaban al nuevo encuadramiento político. Los conservadores tuvieron que enfrentarse a la “siniestra encrucijada del cuarto oscuro”.
La oposición, despoblada de líderes (Alvear, Agustín Justo, Mario Bravo y hasta Castillo se murieron en las vísperas), cometió los peores errores: eligió la peor fórmula; rechazó la legislación obrera y se enredó con el embajador Braden, creyendo que la lucha era contra el nazismo lejano y derrotado, cuestión que dejaba frío a un pueblo postergado y ávido de justicia social. Hacía años que la industrialización paulatina incorporaba un nuevo proletariado, los “cabecitas negras” del interior profundo.
Los políticos tradicionales no lo percibieron y Perón sí. “El subsuelo de la patria sublevado”, lo describió Scalabrini Ortiz. Cono nada nace de la nada, el nuevo movimiento se nutrió de la segunda línea del radicalismo (Sabatini perdió el tren de la Historia ), de la totalidad del sindicalismo apolítico y de la mayoría o buena parte de de la dirigencia obrera socialista, comunista y anarquista.
Socialistas fueron los ministros de Relaciones Exteriores, Juan Atilio Bramuglia; del Interior, Angel Borlenghi y su subsecretario Diskin y el primero de Trabajo, Freire, del sindicato del vidrio. Y también el Presidente del Colegio Electoral, el ex diputado Joaquín Coca. Años más tarde se escindió el Partido Socialista de la Revolución Nacional , proscrito por Decreto 4162, con Enrique y Emilio Dickman, Juan Unamuno, Carlos María Bravo, Oriente Cavallieri y Saúl Bagú. Hoy los llamaríamos radicales o socialistas P.
El peronismo fue y es contradictorio. Ha pasado con facilidad a posiciones opuestas. Aún el propio Perón, sin llegar a ese exceso que fue Menem. Demasiado pragmatismo quizás, pero indiscutible sentido del poder. También en algunas etapas pecó de autoritario. Pero hay algo que lo mantiene vigente: contiene en su seno a la mayor parte de la clase trabajadora y del movimiento obrero organizado. Y eso, potencialmente, es revolucionario. Y desnaturaliza y vuelve incongruente a la izquierda, democrática o no, porque no se concibe a ésta sin obreros, reducida a grupos ideológicos, para colmo sin mucho vuelo desde hace más de treinta años.
Con largueza pasó más de medio siglo y aún hoy, con todas sus falencias e inconsecuencias, nada hay a la izquierda del peronismo. Ni siquiera dentro mismo. Nada mensurable o significativo. Hay una pared, dice el periodista Aliverti. “Es que los otros son peores”, explicaba socarronamente Perón. Los otros son Macri, de una inmensa ineptitud; la Carrió , profetisa del Apocalipsis; el impávido Cobos, que no puede festejar ningún Día de la Lealtad ; un radicalismo que perdió el rumbo; un Partido Socialista copado por una dirección oportunista; la Sociedad Rural ; la Federación Agraria que retornó a las épocas del fascista Piacenza; grupúsculos delirantes de ultraizquierda. Todos juntos y entreverados. Les falta un embajador extranjero para repetir la historia.
En un mundo ideal y en un plano teórico sería preferible que tuviéramos un sistema de partidos políticos orgánicos, coherentes, ideológicos y democráticos. Pero la realidad es tal cual es. Los bandos no son tan claros como quisiéramos. Pero no hay que equivocarse de bando.
marcelooconnor@yahoo.com.ar
El peronismo fue y es contradictorio. Ha pasado con facilidad a posiciones opuestas. Aún el propio Perón, sin llegar a ese exceso que fue Menem. Demasiado pragmatismo quizás, pero indiscutible sentido del poder. También en algunas etapas pecó de autoritario. Pero hay algo que lo mantiene vigente: contiene en su seno a la mayor parte de la clase trabajadora y del movimiento obrero organizado. Y eso, potencialmente, es revolucionario. Y desnaturaliza y vuelve incongruente a la izquierda, democrática o no, porque no se concibe a ésta sin obreros, reducida a grupos ideológicos, para colmo sin mucho vuelo desde hace más de treinta años.
Con largueza pasó más de medio siglo y aún hoy, con todas sus falencias e inconsecuencias, nada hay a la izquierda del peronismo. Ni siquiera dentro mismo. Nada mensurable o significativo. Hay una pared, dice el periodista Aliverti. “Es que los otros son peores”, explicaba socarronamente Perón. Los otros son Macri, de una inmensa ineptitud; la Carrió , profetisa del Apocalipsis; el impávido Cobos, que no puede festejar ningún Día de la Lealtad ; un radicalismo que perdió el rumbo; un Partido Socialista copado por una dirección oportunista; la Sociedad Rural ; la Federación Agraria que retornó a las épocas del fascista Piacenza; grupúsculos delirantes de ultraizquierda. Todos juntos y entreverados. Les falta un embajador extranjero para repetir la historia.
En un mundo ideal y en un plano teórico sería preferible que tuviéramos un sistema de partidos políticos orgánicos, coherentes, ideológicos y democráticos. Pero la realidad es tal cual es. Los bandos no son tan claros como quisiéramos. Pero no hay que equivocarse de bando.
marcelooconnor@yahoo.com.ar