Escribe Oscar González*
Mentiras de derecha
El mundo entero enfrenta la crisis más grave desde 1929, causada por la codicia ilimitada de un capitalismo salvaje que apostó a la financiarización de la economía, expropió la mayor parte de la riqueza social y acabó por destruir enormes fuerzas productivas en los países más poderosos del planeta.
Afortunadamente desvinculada de un sistema financiero global altamente inestable, la economía argentina ve reflejada sin embargo esa debacle ajena en la desaceleración de sus exportaciones y en la caída de los precios de las commodities en el mercado internacional.
Aunque la situación merece mucha atención, la solidez de las reservas financieras y el conjunto de medidas tomadas por el gobierno nacional para paliar las consecuencias de la crisis, hacen prever que el país puede capear el temporal asegurando niveles de empleo y producción que pocos países están en condiciones de preservar.
Pero esta batalla en el terreno económico tiene su correlato en el universo político, donde las fuerzas que pugnan por detener los cambios han desatado una ofensiva que recrea, en otras condiciones, los momentos históricos de la Argentina en que se ha puesto en tela de juicio la concentración extrema de la riqueza y el capital.
Cualquier avance en la búsqueda de un modelo más igualitario, con un Estado protagónico que vele por los derechos sociales, ha despertado siempre la reacción feroz del privilegio. Esa pugna rige hoy en la Argentina como un áspero debate que mucho tiene que ver con el que se desarrolla en el mundo a propósito de cómo superar la crisis.
Tras el estrepitoso derrumbe de la convertibilidad, que dejó un país devastado, los grandes grupos de poder y las dirigencias políticas que sostuvieron las reformas de mercado de los 90 quedaron sepultadas en el descrédito.
Eso permitió a la administración de Néstor Kirchner, primero, y luego a la de Cristina Fernández, avanzar en la construcción progresiva de otro modelo, que privilegia la producción por sobre la especulación, la solidaridad social por encima del individualismo neoconservador, la justicia por sobre la impunidad.
Nadie pensaba que ese devenir se desarrollaría sin conflictos porque sería olvidar las lecciones de la historia: la misma burocracia política, que fue socia y cómplice en los grandes negocios con el Estado, y los mismos grupos de poder, hoy sin posibilidades de golpear las puertas de los cuarteles, plantean un escenario de confrontación sin reglas ni límites, con comunicadores que vocean una campaña de odio y revanchismo.
En estos días en que tanto se ha hablado sobre Raúl Alfonsín como político y estadista, vale recordar una frase suya reciente: "Nosotros no deseamos el fracaso del gobierno, porque si fracasa, fracasa la Nación".
La cita cobra la mayor importancia frente a una oposición que ha abandonado la rutina democrática de confrontar propuestas y programas y, en cambio, sólo busca vetar todas las políticas públicas del gobierno, independientemente de su contenido.
Tal es la desmesura que la lectura de los algunos diarios y de los discursos de la mayoría de la oposición muestran que no se está apostando a la contención de una crisis que asoma sino a facilitarla con tal de que el gobierno fracase.
Se regodean con la perspectiva de una profecía autocumplida.
Pero la derecha no tiene programa, sólo atina a agruparse alrededor de una mera consigna corporativa dictada por las patronales del campo: la derogación de los derechos de exportación sobre los productos del agro.
Nadie dice qué harían esos partidos o coaliciones si les tocara gobernar porque confían en que, como sucedió con el Menem que prometió la revolución productiva y el salariazo, toda mentira quede impune.
La disputa, entonces, apenas ha comenzado, se proyecta más allá de la coyuntura electoral y trasciende este gobierno y el próximo, porque lo que de verdad está en juego es el modelo de país que queremos construir y la sociedad en que queremos vivir.
Semejante desafío demanda la vertebración de un movimiento político y social arraigado en las diversas tradiciones políticas populares -peronismo, radicalismo, socialismo- que dote de organicidad y protagonismo a esta voluntad colectiva de profundizar los cambios que ya está en marcha.
* Ex secretario general y diputado nacional del Partido Socialista. Secretario de Relaciones Parlamentarias de la Jefatura de Gabinete.